No se derrumbó, porque estaba cimentada sobre roca

Is 26, 1-6; Sal 117; Mt 7, 21. 24-27.

Escuchar a Jesús con atención colma a sus discípulos de realismo y los invita a buscar coherencia en todo momento. Jesús nos invita a unir dos cosas en nuestra vida para que se vuelvan una sola; nos referimos al “decir” y el “actuar”, al “ser” y al “hacer”. Confesarlo como Señor es ya una gracia que nos es dada por el Espíritu Santo; y junto a la confesión se encuentra la fuerza del testimonio. Testimonio para ponerse en acción en todas partes: en la propia familia por medio de la caridad y la prudencia, donde un simple gesto de renuncia puede generar paz; en la calle, donde aún sin hablar (en ocasiones con palabras) las actitudes se vuelven señales de que algo está pasando en nuestra vida.

La voluntad del Padre es concreta, como lo es el mandamiento del amor. Cimentar las propias actitudes, los pensamientos, los deseos, sobre la roca que es Cristo es a lo que nos llama el Evangelio. Encontramos un empuje hacia el cambio, un fundamento sólido; alguien en quien asentar el corazón para que lo mantenga firme.

Ante la presencia de la lluvia, los torrentes y los vientos ¿cómo me doy cuenta de que estoy asentada(o) sobre Roca? ¿Reconozco cuáles riesgos me empujan hacia la arena?.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Grupo de fieles laicos de la Rectoría La Sagrada Familia, Chihuahua, México.

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