“Bendito seas para siempre, Señor”
Dn 7, 2-14; Dn 3; Lc 21, 29-33.
A través de la historia han existido hombres y mujeres admirables por su piedad, su honradez, su rectitud y un sentido común que los guía a hacer el bien. Una de estas personas fue San Eloy. Nacido en el seno de una familia humilde se destacó por desarrollar su habilidad en el oficio de la orfebrería. Es por ello que se ganó la confianza de reyes y pasó a formar parte del consejo de la corte.
San Eloy fue un hombre muy generoso, repartía sus ganancias entre los más necesitados. Su fama y piedad llegaron a ser tan grandes que, al morir el obispo de su localidad, el pueblo aclamó a Eloy para que ocupara su puesto, en el que permaneció hasta el día de su muerte.
Luchó contra la idolatría y trabajó para afianzar la fe.
Dios siempre nos invita a conocer su palabra para ponerla en práctica. Según los dones y habilidades que Él mismo nos ha dado, nos invita a permanecer despiertos para darnos cuenta de las cosas que suceden a nuestro alrededor y, en ese despertar, nos llama a aumentar nuestro nivel de conciencia hacia sus enseñanzas.
Señor, no permitas que nos apartemos de ti. Bendito seas para siempre Señor.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Grupo de fieles laicos de la Rectoría La Sagrada Familia, Chihuahua, México.
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