“Ella, en su pobreza, ha puesto cuanto tenía para vivir”
Dn 1, 1-6, 8-20; Dn 3; Lc 21, 1-4.
“He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu Palabra”. Este fue el “sí” que María pronunció cuando el ángel le dio a conocer la invitación que Abbá Dios le hizo para ser la Madre del Mesías.
Hoy celebramos la fiesta de la Virgen María en su advocación de la Medalla Milagrosa, que en 1830 se le apareció a Santa Catalina Labouré en París, Francia, pidiéndole mandar acuñar una medalla, símbolo que envuelve una bella catequesis: Dos corazones; uno, el de Jesús, coronado de espinas; el otro, el de María, atravesado por una lanza; además, una cruz –la de Cristo–, entrelazada con la “M” de María, lo cual nos recuerda que Jesús es el centro de nuestro ser cristianos y que para poder acoger el Evangelio, nuestra vida debe estar entrelazada con la de Jesús, como María, quien en Caná nos pidió: “Hagan lo que él les diga”.
En el Evangelio de hoy el Señor resalta la generosidad de la viuda, quien con el donativo que hizo, se desprendió de su vida misma. Y yo, ¿entrego mi vida a Dios a través del servicio a los demás? ¿Me comparto con todo lo que soy? ¿O solo doy lo que me sobra?
A nuestra Madre, clamemos: ¡Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti!
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Raquel Estrada Díaz, laica colaboradora de la parroquia de La Medalla Milagrosa de Puebla, México.
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