‘‘No es un Dios de muertos, sino de vivos’’
1 Mac 6, 1-13; Sal 9; Lc 20, 27-40.
En este pasaje, como en varios otros, la pregunta que le hacen a Jesús tiene doble sentido, intentan hacerle caer en alguna contradicción. Los saduceos (clase sacerdotal que negaba la resurrección y se oponía a la interpretación de la ley que proponían los fariseos) le plantean un escenario donde una mujer se casó siete veces y enviudó. Cuando llegue la resurrección ¿de quién será esposa?
La respuesta de Jesús es contundente, les hace ver que en la resurrección los hombres y las mujeres no se casarán y serán como ángeles.
Es una gran esperanza saber que en la vida futura ya no habrá muerte y que, quienes resuciten vivirán como hijos de Dios, porque Dios es un Dios de vivos, no de muertos (Ex 3, 6). Así que, anhelando la vida eterna, se nos invita a mirar más allá, con la fe puesta en Abbá Dios, centrando nuestra vida en el amor a Dios y al prójimo, esmerándonos en fortalecer en plenitud nuestras relaciones humanas, tal como nos lo enseñó el Profeta de Galilea, reconociendo que nos necesitamos unos a otros.
¿Vivo en plenitud en la cotidianidad de mi vida o estoy muerto(a) en vida?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Raquel Estrada Díaz, laica colaboradora de la parroquia de La Medalla Milagrosa de Puebla, México.
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