Cuando pensamos en la celebración del Día de Acción de Gracias, un pasaje de las Escrituras surge fácilmente de nuestras lecturas del Evangelio. Es la historia de los 10 leprosos a los que Jesús cura de su enfermedad, y sólo uno de los cuales (¡un samaritano!) regresa para dar las gracias a Jesús. La situación puede hacernos reflexionar. No podemos creer que los demás fueran tan brutos como para no estar agradecidos. Y, tal vez, ese sea uno de los puntos de la historia, la gente no se niega ordinariamente a dar las gracias, simplemente no lo hacen porque no piensan en ello.
Al acercarnos a nuestra gran «fiesta americana», podemos reconocer lo bendecidos que somos. Podemos sentir nuestra necesidad de estar agradecidos por estos dones. Varios aspectos de la acción de gracias pueden tratar de captar nuestra atención y tonificar nuestro comportamiento, así como nuestra lengua.
En primer lugar, como enseña el relato, el samaritano opta por decir «gracias». Eso pone de relieve un punto de la historia para nosotros. Nosotros también deberíamos reconocer nuestras bendiciones y nuestra necesidad de dar las gracias. ¿Cuántas personas han sido buenas con nosotros y nos han mostrado consuelo y acompañamiento? ¿Cuán obligados estamos a reconocer esas muchas, muchas bondades que han caído sobre nosotros? ¿Con qué frecuencia debería dar las gracias en torno al Día de Acción de Gracias? El papa Francisco nos recuerda:
«La gratitud es una flor que florece en las almas nobles».
Rezamos para ser ese tipo de almas. Aspiramos a permitir que el reconocimiento y el aprecio florezcan más plenamente en nuestras relaciones y encuentros.
Otro elemento que sugiere la acción de gracias surge del reconocimiento de lo bendecidos que somos. Escuchamos las palabras iniciales del Salmo 23: «Mi pastor es el Señor, nada me faltará». La manera en que el Señor nos cuida abruma tanto nuestras necesidades como nuestros deseos. Esta constatación durante el tiempo de Acción de Gracias nos anima a compartir algunos de estos recursos con generosidad. Todos oímos las peticiones que llegan de diversas organizaciones que buscan productos enlatados, o artículos para bebés, o ropa de abrigo o ayuda económica. Una de las formas en que podemos demostrar gratitud por las bendiciones personales es descubrir la manera en que podemos compartir parte de esa generosidad con los demás. Y nadie puede despertar esa conciencia más plenamente en nosotros que los niños y las familias que pasan verdaderas necesidades.
Una última reflexión sobre este Día de Acción de Gracias me viene de la conciencia de la abundancia y sobreabundancia de comida y bebida que habrá para muchos de nosotros en ese día especial. Desde un punto de vista, llenar los platos hasta rebosar es un reflejo de nuestro aprecio por la buena cocina y los productos especiales que llegan con amor a la mesa. Pedir segundos y terceros puede ser un halago para los que nos dan tanto. Pero también puede preocuparnos el despilfarro y, sí, comer en exceso. Oigo que nos animan a encontrar un término medio prudente. Sin embargo, ¿cómo voy a escuchar?
Al pensar en nuestra necesidad de ser agradecidos, podemos reconocer una seria responsabilidad que nos conecta con la generosidad, la moderación y la compasión. Nuestro agradecimiento debe extenderse más allá de la conciencia de nuestro propio bienestar para abarcar a la familia, la comunidad, la Iglesia y el país. Hay tanto por lo que estar agradecidos y la llamada a expresar ese agradecimiento es poderosa. El ejemplo del samaritano curado en el pasaje evangélico nos pone en el buen camino al animarnos a empezar por articular nuestro «gracias».
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