“Te pedimos Señor: ¡Cura nuestras cegueras!”
1 Mac 1, 10-15. 41-43. 54-57. 62-64; Sal 118; Lc 18, 35-43.
En el Evangelio de hoy vemos a Jesús que va de camino, en movimiento, rodeado de muchas personas; y postrado, un ciego que pide limosna, ante el alboroto pregunta qué sucede, y le dicen que es Jesús de Nazaret quien va pasando.
Tres actitudes resaltan en este personaje:
- Reconoce a Jesús como el Mesías, pues se dirige a él como el Hijo de David y, al saber ante quien está, le suplica: “Ten piedad de mí”.
- Al saberse necesitado, pide recobrar la
- Glorifica a Dios una vez que ha sido sanado. Jesús enfatiza que la fe es lo que lo ha salvado y que, por eso, la vista le ha sido devuelta.
Hoy la invitación a cada uno de nosotros podría ser el preguntarnos: ¿Sé reconocer la presencia del Señor en mi camino de cada día? ¿Reconozco cuál es la ceguera que he venido padeciendo a lo largo de mi vida? ¿Me acerco en la oración a Jesús para dialogar con él sobre mis cegueras? ¿Qué tan grande es mi fe como para confiar plenamente que Él tendrá piedad de mí y me ayudará a redescubrir todo aquello que no he querido ver? ¿Glorifico a Abbá Dios con mi vida, o solo con palabras?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Raquel Estrada Díaz, laica colaboradora de la parroquia de La Medalla Milagrosa de Puebla, México.
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