‘‘Quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo’’
Rom 13, 8-10; Sal 111; Lc 14, 25-33.
¿A qué necesito renunciar para poder ser verdadero discípulo del Profeta de Galilea? ¿Qué es aquello que me “ata” y no me permite decir un “sí” desde lo profundo del corazón? ¿Cuáles son los “amores” que antepongo al amor con que me brindo a Jesús a través de los hermanos?
¿Nos damos cuenta que cargar la cruz y seguirle significa que aun en medio de las dificultades, los contratiempos, la enfermedad, etc., el llamado está siempre latente y requiere una respuesta de parte nuestra? No podemos seguirle con la “maleta vacía”, llevamos lo que somos, lo que tenemos… como lo expresa la letra de aquel canto: “Esto que soy, esto te doy”; he aquí algunas líneas:
A veces me pregunto: ¿Por qué yo? Y solo me respondes: “Porque quiero”. Es un misterio grande que nos llames, así, tal como somos, a tu encuentro.
Aquí van mis trabajos y mi fe, mis mates, mis bajones y mis sueños; y todas las personas que me diste, desde mi corazón te las ofrezco.
¿Qué te daré? ¿qué te daremos?, si todo, todo es tu regalo; te ofreceré, te ofreceremos, eso que somos, eso que soy, ¡eso te doy!
¿Estoy dispuesto(a) a seguirle sin mirar atrás, sabiendo que delante está el Reino?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Raquel Estrada Díaz, laica colaboradora de la parroquia de La Medalla Milagrosa de Puebla, México.
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