‘‘Dichoso el que se siente al banquete del reino de Dios’’
Rom 12, 5-16; Sal 130; Lc 14, 15-24.
El banquete está dispuesto; hemos sido invitados por Abbá Dios, a través de su Hijo Jesús, a participar en la construcción del Reino.
¿Cuáles han sido nuestros “peros”, nuestros pretextos, para no asistir al llamado? ¿Qué es aquello tan importante y valioso en nuestra vida que preferimos anteponer al banquete que se nos ofrece cada día?
Las puertas están abiertas, hay lugar para todos, incluso para aquellos que el mundo no consideraría “dignos” de sentarse a la mesa, como son los pobres, los mancos, los ciegos, los cojos, los enfermos, los marginados por la sociedad.
En este banquete se nos ofrece como manjar la salvación. ¿Estoy consciente de lo que esto implica? Cuando me dispongo a participar del banquete, ¿estoy dispuesto con la mente y el corazón, priorizando esta comunión por encima de mis intereses, por más legítimos que éstos parezcan?
¿Sé reconocer el gran regalo que significa estar en comunión con Dios, con los demás y conmigo mismo? ¿Cuál será mi respuesta?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Raquel Estrada Díaz, laica colaboradora de la parroquia de La Medalla Milagrosa de Puebla, México.
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