“Carne y sangre de Jesús, alimento y bebida de salvación”
Is 25, 6. 7-9; Sal 129; 1 Tes 4, 13-14. 17-18; Jn 6, 51-58.
Aunada a la celebración de ayer, la liturgia hoy recuerda a los fieles difuntos.
Jesús vino al mundo para salvarnos a todos; murió en la cruz por cada uno de nosotros y, al resucitar de entre los muertos, también a nosotros nos ofrece vida plena después de la muerte terrena: “Sabemos que Cristo, resucitado de la muerte, ya no vuelve a morir, la muerte no tiene poder sobre él. Muriendo murió al pecado definitivamente, viviendo vive para Dios. Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom 6, 9-11). En cada Eucaristía celebramos el memorial de la Cena del Señor, y se nos invita a participar del banquete que se ha preparado con el Cuerpo y la Sangre de Jesús, quién nos ha dicho: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 54).
Por la fe, creemos que nuestra vida no termina aquí; por la esperanza sabemos que nos encontraremos algún día con Abbá Dios; por el amor, vivimos generosamente nuestro hoy.
Que la partida de nuestros seres queridos sea una oportunidad para mirar su vida con amor, y para renovar nuestra esperanza en la vida eterna, de la que ellos ya participan.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: María Raquel Estrada Díaz, laica colaboradora de la parroquia de La Medalla Milagrosa de Puebla, México.
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