“Tú, Señor, eres mi refugio“
Ex 22, 20-26; Sal 17; 1Tes 1, 5-10; Mt 22, 34-40.
Dijo San Vicente de Paul: “Todos somos misioneros y no formamos más que un cuerpo; lo mismo que hay una relación tan estrecha entre las partes del cuerpo, esa misma unión tiene que haber entre los miembros de una comunidad.” (SVP XI, 44)
En el evangelio de hoy un doctor de la Ley pone a prueba a Jesús y lo somete a interrogatorio para ver si dice algo “nuevo”. Y, ¡sorpresa! Lo de Jesucristo es novedoso (en su forma de vida y de entrega), pero no es nuevo.
Como Hijo del Padre, lo que hace es elevar la Ley y los Profetas (la Palabra de Dios) hacia un nuevo horizonte: ser y actuar como verdaderos hijos de Dios. Dios no es el “dios” que nos inventamos; ni el “dios” que queremos a nuestra medida y a nuestra propia voluntad. Jesús nos muestra el verdadero rostro de
Dios: El Padre que nos llena de amor, que pide amor entre sus hijos, que espera que nos amemos como hermanos.
Escribía San Basilio: “Así como los cuerpos claros y transparentes, cuando reciben luz, comienzan a irradiar luz por sí mismos, así relucen en el amor los que han sido iluminados por el Espíritu”.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Arturo García Fonseca C.M.
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