“Cantemos la grandeza del Señor“
Is 45, 1. 4-6; Sal 95; (Domund) Ef 3, 2-12; Mt 22, 15-21.
Dijo San Vicente de Paul: “Imaginémonos que (Jesucristo) nos dice: salid, misioneros, salid; ¿todavía estáis aquí, habiendo tantas almas que os esperan, y cuya salvación depende quizá de vuestras predicaciones y catecismos?” (SVP XI, 56).
Hoy, por decirlo de alguna manera, Dios defiende su terreno: ni quiere pisotearnos, ni acepta que lo pisoteemos.
¿Hasta dónde llega el poder del César –el emperador–? ¿A partir de dónde empieza el poder de Dios?
¡Que insensatos somos a veces! Incluso, si pudiéramos, pondríamos una barrera entre nosotros y Dios. Somos capaces de decir: aquí está mi vida y mi libertad (mi reino) y allá, muy lejos, está tu cielo (el reino de Dios).
Pareciera que cada vez más desterramos a Dios de nuestra vida cotidiana teniendo como consecuencia egoísmos, rencores, violencia, guerras, pobreza, hambre, familias desunidas…
Dios no quiere violar nuestra libertad, pero tampoco acepta que anulemos su voz de nuestras vidas. Porque con Dios reinará el amor, la justicia, la paz y la unidad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Arturo García Fonseca C.M.
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