“Habitaré en la casa del Señor toda la vida»
Is 25, 6-10; Sal 22; Flp 4, 12-14. 19-20; Mt 22, 1-14.
Dijo San Vicente de Paul: “Hay que revestirse del espíritu de Jesucristo. ¡Oh, Salvador! ¡Que negocio tan importante éste de revestirse del espíritu de Jesucristo! Quiere esto decir que, para perfeccionarnos y atender útilmente a
los pueblos, hemos de esforzarnos en imitar la perfección de Jesucristo y procurar llegar a ella” (SVP XI, 410).
Hoy Jesús nos presenta al “Dios mendigo”. Sí, Dios mendigando nuestro amor para llevarnos con Él, como un padre que está detrás de sus hijos para que vivan plenamente su amor y su presencia.
Tanto mendigar nuestro amor… y al final acabó en la cruz hecho un pordiosero, crucificado como un criminal. Y en la cruz, Jesús pide al Padre que disculpe a esa humanidad tan difícil de “conquistar”. Desde el día de la cruz, el cielo está de “oferta”.
Oferta de amor para los buenos y malos.
Conocemos que Teresa de Calcuta, todas las noches, salía a las calles a recoger moribundos para darles un buen morir: limpios, bien arropados y, si era posible, bautizados. Cierta vez comentó: “No tengo miedo de morir, porque cuando esté delante del Padre, habrá tantos pobres que le entregué con el traje de bodas, que sabrán defenderme”.
¡Bienaventurada ella! Aprendamos la lección.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Arturo García Fonseca C.M.
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