“Alegrémonos todos en el Señor”
Jl 4, 12-21; Sal 96; Lc 11, 27-28.
Dijo San Vicente de Paul: “Id, hermanos míos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo; él es quien os envía; para su servicio y su gloria es este viaje y esta misión que emprendéis. Será también él el que os conduzca, os asista y os proteja. Así lo esperamos de su bondad infinita” (SVP XI, 765).
Hoy, una mujer exultante vitorea a la mamá de Jesús: ¡Por puro entusiasmo! Nuestro Señor, con un tono más reposado, parece restarle importancia al asunto.
En realidad, Jesucristo va a lo importante: Alaba la docilidad a la voluntad de Dios. Y en esto de cumplir fielmente la voluntad de Dios, la Virgen María es insuperable. ¡Nadie como ella conoce el corazón de Dios! ¡Nadie como ella ha sido dichosa identificándose con la Palabra del Señor!
Dios quiere nuestra felicidad (“dichoso…”), una felicidad que no dan ni la riqueza ni el poder ni la fama, sino el amor pobre y humilde de quien espera en Dios.
“He aquí la esclava del Señor”: esta respuesta de María Santísima ha recorrido nuestra historia y está transformando el destino de la humanidad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Arturo García Fonseca C.M.
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