“Tu recuerdo, Señor, es mi alegría”
Neh 2, 1-8; Sal 136; Lc 9, 57-62.
Dijo San Vicente de Paul: “Quien dice misionero, dice un hombre llamado por Dios para salvar las almas; porque nuestro fin es trabajar por su salvación, a imitación de nuestro Señor Jesucristo” (SVP XI, 762).
Hoy seguimos viajando con Jesús hacia Jerusalén. Por el camino salen a su encuentro varias personas que quieren seguirlo. Aparentemente Jesucristo impone condiciones muy duras. Y para tener la dicha de estar con Cristo ¿no valdrá la pena arriesgar cualquier cosa?
Las exigencias de Cristo son las exigencias de la misma vida para realizarnos plenamente: ¿Quién tiene “guarida” eterna en esta vida? ¿No es cierto que a veces perdemos el tiempo con “cosas de muertos”, es decir, con cosas inútiles, gran parte de nuestro día? ¿Puede una persona pensar en lanzarse a formar una familia, una obra, un negocio… y luego echarse para atrás o quedar a medias?
En la palabra de Nuestro Señor: “sígueme”, hay algo tan profundo que no admite excusas, retrasos, condiciones, ni traiciones.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Arturo García Fonseca C.M.
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