“El que me ama cumplirá mi Palabra y mi Padre lo amará y haremos en él nuestra morada”
1 Tim 1, 15-17; Sal 112; Lc 6, 43-49.
La liturgia de la Palabra nos invita a reconocer si lo que estamos compartiendo coincide con lo que hemos recibido de parte de Dios.
San Pablo escribe a Timoteo, uno de sus compañeros de misión en el anuncio del Evangelio, y a quien considera su verdadero hijo en la fe. Le comparte lo que ha sido su experiencia de conversión y de envío, evocando que Pablo al principio fue perseguidor de la Iglesia, pero que gracias al encuentro con Jesús resucitado, pasó a ser discípulo y apóstol, y por ello se considera el primero de los pecadores a quien Jesucristo ha perdonado y convertido, y cuya conversión ha servido de testimonio para que muchos otros crean y se salven. En este mismo sentido, el evangelista San Lucas nos recuerda que la salvación no radica sólo en decir “Señor, Señor”, sino en configurar nuestra vida y nuestras decisiones con su Palabra y con su Evangelio.
Señor, que en los momentos más importantes y más cotidianos de mi vida siempre esté dispuesto a preguntarte: ¿Es esto conforme con lo que tú has hecho por mí y con lo que me pides hacer por los demás? Amén.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Erick Fernando Martínez B., C.M.
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