“Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará”
2 Co 9, 6-11; Sal 111; Mt 6, 1-6. 16-18.
Vivimos tiempos de superficialidades, un mundo donde las apariencias son muy importantes. A veces nos ponemos máscaras para ser aceptados en un sector social o en un grupo humano, pero el Señor conoce quiénes somos y lo que habita en el interior de nuestro corazón.
Hay en el fondo de nuestra vida un fuerte deseo de reconocimiento, de que nos aplaudan y reconozcan nuestras buenas obras; sin embargo, el Señor nos invita a actuar en lo secreto de nuestro corazón, a buscar siempre agradarlo a Él.
Lo que verdaderamente vale en la vida es aquello que nace del fondo de tu ser y lo que te mueve a hacerlo, siempre buscando el bien; jamás tus hermanos tendrían que ser un medio para tu fama personal, sino un fin para agradar a Dios y, con ello, santificar tu vida.
La Iglesia nos invita a vivir las obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y nos lanza a romper con toda atadura de egoísmos, viviendo en la generosidad.
Preguntémonos: ¿Cómo es nuestra oración? ¿Qué sentido tiene para nosotros el ayuno? ¿Nuestra limosa es la ayuda que brindamos a quien nos necesita?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. César Cruz Gálvez C.M., formador en el Seminario Vicentino de Lagos de Moreno, Jal., México.
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