‘‘Mi casa se llamará casa de oración para los pueblos’’
Si 44, 1. 9-13; Sal 149; Mc 11, 11-26.
En el texto del evangelio de hoy encontramos dos gestos proféticos del Señor: la maldición de la higuera que no da frutos y la expulsión de los mercaderes del templo. Estamos poco acostumbrados a ver a Jesús como lo vemos en el pasaje de hoy: Enérgico, disgustado por la falta de frutos de la higuera y molesto al ver que han convertido el templo, la casa del Padre, en una “cueva de ladrones”
En el relato de la expulsión de los cambistas y mercaderes del templo se nos dice que Jesús tomó un látigo de cordeles. Se entiende que era para echar fuera a los animales, no para maltratar a las personas.
Por otro lado, ¿de qué sirve una higuera con muchas hojas, pero sin frutos, y un templo lleno de gente, pero vacío de buenas obras? Jesús quiere una vida fértil, llena de sentido, de muchos frutos buenos y útil para para nuestros hermanos más necesitados.
Hoy convendría preguntarnos: ¿En qué hemos convertido nuestros templos?, ¿en mercados, centros de eventos sociales, museos, lugares de cumplimiento y de celebraciones vacías? ¿Qué importancia tiene en nuestra vida ir al templo y celebrar y compartir la fe en ese lugar?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: P. César Cruz Gálvez C.M., formador en el Seminario Vicentino de Lagos de Moreno, Jal., México.
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