Preparándome para este domingo, que suele llamarse del Buen Pastor, encontré una descripción de lo que hacía un pastor (o pastora) en tiempos de Jesús para cuidar de sus ovejas.
Cuando llegaba la noche, el pastor tenía que construir un corral improvisado en forma de U, y utilizar arbustos espinosos como muros para impedir que entraran animales y ladrones. Se colocaba al otro lado de la única abertura, convirtiéndose en la puerta. Y luego, tumbado en aquel frío suelo, intentaba conciliar el sueño durante una larga y peligrosa noche. Lo más importante para el pastor era el cuidado y la seguridad de las ovejas.
En este texto, y en otros, Jesús se identifica a sí mismo y a su Padre precisamente con esta escena. En términos actuales, podríamos pensar que se trata de un vídeo de un encuentro afectuoso. Si buscáramos una imagen de Dios que nos sirviera de referencia, no tendríamos que buscar mucho más allá de este guardián de la puerta. Es una figura fácilmente imaginable, que transmite un aspecto esencial del propio Ser de Dios.
La Divinidad, vista aquí en Jesús, es un pastor desinteresado, que está a nuestro lado y que no sólo es nuestra puerta a una nueva vida, sino que también se aventura fuera del recinto para devolvernos a su seguridad, y más tarde, nos conduce de nuevo a esos verdes pastos.
Utilizo la palabra «piedra de toque» deliberadamente para referirme a una práctica que muchos han utilizado para fortalecer su sentido de la cercanía de Dios. Y esto es, tener cerca alguna imagen vívida o construcción mental para alcanzarla y tocarla cuando se está en oración, o en problemas, o cuando se siente agradecido o arrepentido. Este Buen Pastor que protege, guía y da su vida es una imagen especialmente entrañable. Tocarlo ha alimentado muchas vidas de fe a lo largo de los siglos: el creyente ha buscado su consuelo y lo ha acogido en su corazón.
Pero no sólo es un retrato vibrante de Dios, sino que esta figura del pastor que busca ha proporcionado una poderosa motivación para la acción cristiana. Pensemos en todos los creyentes —padres, sanitarios, trabajadores sociales, etc.— que han entregado su vida al cuidado de los más necesitados. Es decir, el huérfano, la viuda, el inmigrante, el sin techo, el abatido, cualquiera que necesite protección y guía.
En este Domingo del Buen Pastor, venimos no sólo a alabar y dar gracias a nuestro Dios, sino también a asumir alguna imagen cercana de quién es Dios para nosotros, de lo que el Hijo de Dios, Jesús, hace por nosotros, de cómo el Espíritu de Dios vive en nosotros. El Pastor no es la única representación, pero reúne y alimenta muchas otras imágenes y escenas bíblicas consoladoras que transmiten el amor y el cuidado que Dios nos tiene.
En una carta a una joven discípula asustada, santa Isabel Seton imagina esta misma escena. «El Pastor toma (a la oveja) sobre su hombro, echa su manto sobre ella, y la feliz temblorosa se encuentra en casa antes de saber que su viaje estaba a medio terminar«. (Volumen: 2 | Página#: 20)
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