“Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único…”
Hech 2, 14. 22-24. 32-36; Sal 77; Jn 3, 13-17.
Hoy celebramos la fiesta de la Santa Cruz, la cruz que es el trofeo de la victoria de Cristo sobre la muerte. La muerte en cruz, además de dolorosa y humillante, estaba reservada para los reos más peligrosos y despreciables. Nuestro Señor Jesucristo aceptó dicha humillación y por esta entrega los creyentes vemos ahora en ese instrumento de tormento y muerte, un precioso signo de salvación.
¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en Jesús torturado en la cruz? Desde niños estamos acostumbrados a ver la cruz por todas partes, pero no hemos aprendido a mirar el rostro de Jesús, crucificado por amor. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor: Está con los brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestra vida y sufrimiento. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Jesús es el regalo que Dios ha hecho a la humanidad porque nos ama.
Dios y Jesús ya cumplieron, soy yo quien ahora debo abrazarme a la Cruz de Cristo para hacer efectiva mi salvación. ¿Soy capaz de aceptar los sufrimientos y cruces que me impone mi vocación?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Luz María Ramírez González, Sociedad de San Vicente de Paúl, León, Gto., México.
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