“El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él”
Hch 9, 1-20; Sal 116; Jn 6, 52-59.
“En cada misa, cuando el sacerdote pronuncia estas palabras de nuestro Señor, está perpetuando su sacramento. Y no se trata de un simple recuerdo, sino de un memorial, es decir, de una celebración que revive y actualiza en el hoy de nuestra historia el misterio de la Eucaristía y del Calvario, para nuestra salvación. En cada santa misa, Jesucristo renueva su pasión, muerte y resurrección, y vuelve a inmolarse al Padre sobre el altar de la cruz por la redención de todo el género humano. De modo incruento, pero real.
¡Por eso cada misa tiene un valor redentor infinito, que sólo con la fe podemos apreciar!
Nutrirnos de ese Pan de vida significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor oblativo y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que Jesús ha hecho”. (Papa Francisco, 16 de agosto de 2015).
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Laica colaboradora de la Parroquia Medalla Milagrosa de Narvarte, ciudad de México
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