“Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo”
Hch 8, 26-40; Sal 65; Jn 6, 44-51.
Como el cuerpo es sostenido por el alimento, así nuestra alma necesita de la Eucaristía. Cristo baja del cielo al altar, por manos del sacerdote, viene a nosotros y espera que también nosotros vayamos a Él, que lo busquemos con frecuencia para recibirlo, que lo visitemos en el Sagrario y en nuestros hermanos.
Jesús es pan de vida eterna, según su promesa: “Que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna”. Quien vive sostenido por la Eucaristía crece progresivamente en unión con Dios, y viéndole en este mundo bajo el velo de las especies del pan y el vino, nos preparamos para contemplarle cara a cara en la vida futura.
Señor Jesús, me das el pan que necesito para poder vivir plenamente mi vocación. ¿Realmente aprovecho este sacramento? ¿Estoy consciente de que la Eucaristía no es un símbolo? ¿que eres tú un Dios vivo, hecho hostia, el que voy a recibir en mi interior? Te suplico que esta meditación me lleve a contemplarte en la Eucaristía y nunca permitas que se me haga una costumbre, un rito o un hábito sin sentido.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Laica colaboradora de la Parroquia Medalla Milagrosa de Narvarte, ciudad de México
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