23 de abril: aniversario del nacimiento de Federico Ozanam

por | Abr 23, 2023 | Formación, Santoral de la Familia Vicenciana | 0 comentarios

Hoy, 23 de abril, toda la Familia Vicenciana celebra el aniversario del nacimiento de Federico Ozanam. Que su celo apostólico y seguimiento de Jesucristo evangelizador de los pobres nos animen a todos en nuestro caminar tras las huellas de san Vicente de Paúl, tal y como lo hizo Federico en el siglo XIX.

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La santidad en Federico Ozanam

 

Introducción

ozanamTodos sabemos que Vicente de Paúl plantó un gran árbol «revolucionario» de caridad en el siglo XVII. En este tronco se le han ido injertado otras ramas que, a pesar de tener identidad pro­pia, todas ellas se alimentan de esa savia del Cristo adorador del Padre, evangelizador y servidor de los Pobres descubierto por el Santo y que lo adoptó como un carisma especial para él y para toda la larga familia que ha engendrado.

En la primera mitad del agitado siglo xix en París, Federico Ozanam fue como otro injerto en ese árbol de caridad de Vicen­te de Paúl. Su carisma arrastró a una gran parte de la juventud de su tiempo. Seglar comprometido, se adelantó al quehacer laico en el seno de la Iglesia, siendo precursor de la doctrina social cristiana. Fruto de este fenómeno queda la Sociedad de San Vicente de Paúl conocida más frecuentemente como «Las Con­ferencias». Fundada en 1833 en París por «un grupo-comunidad» de seis jóvenes y cuyo líder principal fue Federico Ozanam. Este grupo estuvo apoyado, alentado y guiado por una Hija de la Cari­dad, Sor Rosalía Rendú y por un Profesor Manuel Bailly, primer Presidente de la Sociedad.

Hoy día, esta Entidad, es «una verdadera multinacional de la caridad». Es una Asociación católica, laica, internacional, benéfico-social que se dedica a combatir incansablemente, con sencillez y sin ruido, la miseria, la marginación, el abandono, la soledad, la explotación… y las mil formas de pobreza generada en nuestra Sociedad. Está establecida en 139 países, repartida por la geografía de los cinco continentes y cuenta alrededor de un millón de socios.En 1849 dieciséis años más tarde, fue instituida la Sociedad en España por Santiago Masarnau, un célebre compositor y músico romántico que hoy día va camino de los altares. Su pro­ceso de canonización está ya en la fase romana.

I. Personalidad y santidad de Federico Ozanam

Con la beatificación de Federico Ozanam en el marco de la Jornada mundial de la juventud, que tuvo lugar el 22 de agosto de 1997 en París, la Iglesia, representada por el Papa Juan Pablo II, inspirado por el Señor reconoció con solemnidad y para siem­pre, la santidad de Federico Ozanam.

Esta santidad, hay que buscarla en su gran talla humana, se apoya y sustenta en su humanidad. El Papa Benedicto XVI dijo a los jóvenes en Colonia:

Los santos nos indican el camino para ser felices y nos muestran cómo se consigue ser personas verdaderamente humanas.

Porque, la santidad es la plenitud de la humanidad. Sólo el santo es verdaderamente hombre. Realmente los santos son los grandes revolucionarios de la historia.

La figura que hoy queremos resaltar fue un hombre joven que tuvo una breve existencia, 40 años. Un hombre que vivió la san­tidad en lo cotidiano: como hijo, estudiante universitario, profe­sor, filósofo, hombre de ciencia, esposo y padre de una hija; un hombre de una riqueza espiritual excepcional que elevó el amor familiar, conyugal y paterno a un grado sumo. Un hombre cuyos múltiples y diversos compromisos, defendidos siempre con el mismo vigor espiritual, fueron puesto al servicio de la fe, de la caridad, de la Iglesia, del pobre, de la ciencia, y de la democra­cia; o sea, un hombre plenamente humano que encarna y respon­de al tipo de cristiano con un ideal nutrido del Evangelio y que respondió tanto a los interrogantes de sus contemporáneos como a las inquietudes de nuestra generación.Federico llevó una vida con entera libertad, su vida fue trans­formada, sublimada por una santidad adquirida progresivamen­te. Como todo ser humano superó lo cotidiano, «lo terrible de la vida de cada día», la sucesión de los días, muchos de los cuales transcurren grises y anodinos. Como todos los humanos, Federi­co se preocupó por su salud, por el destino de los suyos, por sus medios de existencia, por su porvenir, por su éxito, luchó por su promoción en la universidad, por la obtención de premios y con­decoraciones o, simplemente, por la vida que se le escapaba impidiéndole terminar su obra científica.

Ozanam se nos reveló en «la acción y en la entrega». Sus ami­gos y las personas más allegadas estaban convencidos que era algo extraordinario, que era un santo. Paul Lamanche escribió, treinta años después de haber muerto Ozanam:

No he conocido a nadie que tuviera un alma como la suya, solo Nuestro Señor Jesucristo.

Y Paul Claudel, compara la vida de Ozanam con la mara­villosa y sobrenatural luminosidad que el sol proyecta en la catedral de Saint-Jean de Lyon cuando atraviesa el rosetón de poniente:

Así de maravillosa, dice Paul, es la luminosidad que se derrama en cada una de las piedras de la catedral de la vida de Ozanam.

Efectivamente, Federico Ozanam, vivió radicalmente la misión de los discípulos de Jesús: «Ser luz y sal de la tierra». Hizo brillar su luz delante de los hombres, para que viendo sus buenas obras, glorifiquen al Padre que está en el cielo.La religiosidad de Federico Ozanam impregnó toda su vida. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la suya fue una existencia iluminada por la fe, una fe sencilla, serena, y al mismo tiempo, arriesgada. No se redujo a la aceptación de un compen­dio de verdades, sino que fue una entrega que le impulsó en la tarea de construir su propia historia personal según los criterios evangélicos: obras de transformación por el amor.

Juan Pablo II en la homilía de su beatificación dijo:

Fiel al mandamiento del Señor, Federico Ozanam creyó en el amor, en el amor que Dios tiene a los hombres. Él mismo se sintió llama­do a amar, dando ejemplo de un gran amor a Dios y a los demás. Salía al encuentro de todos los que tenían mayor necesidad de ser amados que los demás: los pobres, a quienes, Dios Amor, sólo podía revelarse efectivamente mediante el amor de otra persona. Ozanam descubrió en eso su vocación, y vio el camino al que Cristo lo llamaba. Allí encontró su camino hacia la santidad. Y lo recorrió con determinación.

II. La originalidad de Federico Ozanam

Federico Ozanam fue un gran personaje del siglo xix por varias razones:

  • Por la influencia que tuvo sobre la juventud católica.
  • Por fundar, junto con otros seis jóvenes, la Sociedad de San Vicen­te de Paúl.
  • Por la lucha y revolución en la doctrina social cristiana, comprome­tido desde su calidad de laico.
  • Por su entrega al servicio de la caridad.
  • Por ser un gran intelectual, el profesor más joven de la Universidad de la Sorbona de París.
  • Pero ante todo y sobre todo por su gran talla humana como hombre, como cristiano, como esposo, como padre y como amigo. Fue el hombre de las bienaventuranzas evangélicas: de espíritu humilde, bondadoso, de corazón puro.

El beato Federico Ozanam, apóstol de la caridad, gran figura del laicado católico del siglo xix, fue un personaje que desempe­ñó un papel importante en el movimiento de las ideas de su tiem­po. Estudiante, profesor eminente: primero en Lyon y luego en París, aspiró ante todo a la búsqueda y la comunicación de la ver­dad, en la serenidad y el respeto a las convicciones de quienes no compartían las suyas.

Aprendamos a defender nuestras convicciones sin odiar a nuestros adversarios escribía; a amar a quienes piensan de un modo diferen­te del nuestro. Quejémonos menos de nuestro tiempo y más de nos­otros mismos.

Federico Ozanam aprovechó con visión profética, el momen­to y la coyuntura histórica en que le tocó vivir, supo, como diría Pablo VI: «Escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio».

Fue una ocasión propicia para completar la obra del sacer­dote con el laico. He aquí una novedad. Podemos decir que la caridad se secularizó para que unos mensajeros seglares pudie­ran infiltrar en aquellos ambientes un hálito de esperanza, allí donde los estragos de una incipiente industrialización eran evi­dentes y una nueva clase social, el proletariado, sufría una gran explotación a causa de la pobreza y de la ignorancia.En ese sentido, podemos verdaderamente decir que Federico Ozanam fue un profeta pero de acción. Como afirma en su carta a Ernesto Falconnet en 1834:

Las ideas religiosas no tendrán ningún valor si no tienen un valor práctico y positivo. La religión sirve más para la acción que para el pensamiento.

Precisamente, ciento diez años después de la muerte de Oza­nam, el Concilio Vaticano II proclamó la urgente necesidad de este apostolado iniciado por él y los vicentinos, al afirmar en la Constitución dogmática de la Iglesia:

Los laicos están llamados por Dios a contribuir desde dentro a la santificación del mundo a modo de levadura, cumpliendo su propio cometido y guiados por el espíritu evangélico y, de este modo, manifestar a Cristo a los demás, brillando ante todo, con el testimo­nio de su vida, con la fe, la esperanza y la caridad. A ellos, por tanto, de un modo especial, corresponde iluminar y organizar los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados.

Es preciso reconocer y poner de manifiesto:

Primero que la Obra de Ozanam es pionera de este moderno apostolado seglar para evangelizar y ayudar al mundo.

Segundo, que la obra de visitar a los pobres, enfermos y nece­sitados en sus domicilios no era nuevo en la historia del cristianismo. Desde su fundación la Iglesia vivió la caridad como esen­cial a su vida. Ya los primeros cristianos se dedicaron a aliviar las necesidades y miserias de los pobres con una misión de dia­conía dentro de la Iglesia. De ordinario con escasos resultados por falta de organización y trabas múltiples. Otros también con­tinuaron esta misión a través de los siglos. Como Vicente de Paúl en el siglo XVII, que ejerció la caridad organizada a través de las Damas y más adelante con las Hijas de Caridad. A pesar del carácter laical que les imprimió, tuvieron votos y vida en común.La Sociedad de caridad que Federico fundó no exigía votos religiosos, ni especiales devociones, ni una forma determinada de vida. No estaba dirigida por el clero sino por laicos.

Durante el tiempo en que Federico Ozanam fue Presidente de las Conferencias de Lyon se planteó el problema de cierto cariz espiritualista entre los miembros, del modo y manera de desen­volverse la Sociedad. Ozanam vio aquí un peligro de que pudie­ra ponerse bajo la dirección eclesiástica, de tal suerte que fuera absorbida por algunas congregaciones religiosas famosas por aquel tiempo. El hecho sería muy loable, pero muy contrario al fin de la Sociedad. Se llegó a un acuerdo y se establecieron algu­nas conclusiones:

A partir de la próxima Asamblea General la presidencia efectiva de la reunión deberá ser ejercida, no por el Sr. Cura de San Pedro, sino por el Presidente de la Sociedad. El Sr. Cura sólo honrará la reunión con su presencia.

Este objetivo se sigue cumpliendo desde los orígenes a nuestros días. El sacerdote tiene sólo las funciones de asesor espiritual.

Al leer y releer las enseñanzas conciliares acerca de cómo debe ser el apostolado de los laicos, vemos cómo Federico Oza­nam encarnó en su vida y en su obra esta doctrina con más de un siglo de adelanto: El Concilio apoya esta acción caritativa como el distintivo del apostolado cristiano.

Todo ejercicio de apostolado tiene su origen y su fuerza en la cari­dad… Por lo cual, la misericordia con los necesitados y los enfer­mos, y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas, son consideradas por la Iglesia con singular honor….

Los seglares deben completar el testimonio de su vida con el testi­monio de la palabra. En el campo del trabajo, de la profesión, del estudio, de la vivienda, del descanso o de la convivencia, son más aptos los seglares que los sacerdotes para ayudar a sus hermanos, porque muchos hombres no pueden escuchar el Evangelio ni cono­cer a Cristo más que por sus vecinos seglares….

III. La herencia recibida: el hogar paterno

Los cimientos de santidad de E Ozanam se fraguaron en el seno familiar. Era un hogar profundamente cristiano, donde se rivali­zaba en fervor y caridad, Esto marcará la vida de sus hijos. Por el misticismo familiar, Ozanam nació religioso. El tormento de lo infinito, la aspiración de lo alto, la necesidad de referir todo a Dios van a ser los elementos naturales que le inclinen a su piedad nata.

El padre, Juan Antonio Francisco Ozanam, perteneció a una familia oriunda de Lyon. Allí contrajo matrimonio con Maria Nantas, hija de un comerciante de sedas.

Esta familia sufrió los vaivenes de la inestabilidad por mo­tivos de trabajo, teniendo que recurrir incluso a la emigración. En 1809 se establecieron en Milán. El padre se graduó como doctor en medicina y se convertirá en «el buen Ozanam». Allí nació Federico en 1813.Las derrotas de Napoleón obligaron a la familia Ozanam a dejar Milán el 31 de octubre de 1816. Se instalan de nuevo en Lyon, y el doctor Ozanam será médico del hospital «Hotel-Dieu».

Federico profesó un verdadero culto a su padre. El doctor Ozanam se convirtió en el típico médico de familia, infatigable, humano y compasivo, quien consideraba la medicina como una vocación. A sus hijos les dirá que para cumplir dignamente con esa misión, hay que estar dispuesto a dar su vida por los enfer­mos. Después de las sangrientas revueltas de 1831 y del cólera mortífero de 1832 se verificará la autenticidad de tal propósito.

De su madre Federico conservará un recuerdo imperecedero: Fue una cristiana, cuya fe fue probada por los infortunios, com­partió junto con su marido una vida de trabajo incesante vivifi­cado a diario por la oración y la práctica de las virtudes evangé­licas. En las rodillas de su madre, Federico, al igual que sus hermanos aprendió la grandeza y dulzura de Dios, el gusto de la oración y la práctica de las virtudes. Cada tarde se reunía la fami­lia para la oración.

La atención que manifestará toda su vida para con los obre­ros y obreras se la debe al ejemplo de su madre que, aunque ago­tada por las ocupaciones domésticas y los continuos embarazos, encontraba tiempo para dedicarse a la sección de San Pedro de la Sociedad de Veladoras, compuesta por obreras, que una tras otra y gratuitamente, pasaban la noche con las mujeres enfermas o desamparadas.

Ademas de su madre, Federico gozó de su hermana Elisa, doce años mayor que él y de quien escribió:

Tenía una hermana, una hermana muy querida que me instruía con­juntamente con mi madre, con lecciones que eran tan agradables, tan bien presentadas, tan apropiadas a mi inteligencia infantil que en ellas encontré un verdadero gozo….

a. Fortaleza en la adversidad

Pero esta felicidad tiene su reverso: Fueron muchos los due­los repetidos por la muerte de 11 de los 14 hijos del matrimonio Ozanam. Sólo había sobrevivido la mayor, Elisa, el ángel de la guarda de los más pequeños, la amiga y compañera de su madre, la felicidad de su padre. También fue arrebatada por la muerte a los 19 años.

El haber visto llorar tanto a sus padres las pérdidas de sus hijos, debió reforzar la sensibilidad innata de Federico y volverlo atento de por vida al dolor de sus semejantes. Además, en un hogar con recursos a menudo limitados, Federico aprendió que la pobre­za no es tan sólo el signo distintivo de aquellos a los que se les llama pobres, sino que también ronda a menudo en tomo a los denominados burgueses. En una carta a su primo Lallier dice:

Doy gracias a Dios por haberme hecho nacer en una de esas situa­ciones en el límite entre la estrechez y el desahogo, que habitúa a las privaciones sin dejar que se ignoren en absoluto los gozos, en que uno no puede dormirse en la saciedad de todos los deseos, pero que tampoco puede estar distraído por la preocupación permanente por satisfacer las necesidades básicas.

Después del nacimiento en 1824 de un último hijo, la familia Ozanam se encontró reducida a tres niños. El mayor Alfonso (1804-1888), quien fue sacerdote y alcanzará el honor del epis­copado. Carlos (1824-1890), que se dedicó a la medicina como su padre; y nuestro Federico.

El retorno al Señor de las hermanos más pequeños, de Elisa y después el del padre (1837) y el de la madre (1839), reforzaron los lazos que unían a los tres hermanos Ozanam.

Federico también manifestará a su familia política la misma piedad filial, el respeto y la ternura que a sus padres. La calidad de vida de las personas que dieron el ser a Federico Ozanam fue muy grande. Tal fue su herencia. Federico Ozanam siempre lo recono­ció y daba gracias a Dios por ello. El día 23 de abril de 1853, elevó a Dios una oración por las gracias recibidas, evocando la herencia espiritual recibida de sus padres. Así se expresaba:

Dios me ha hecho la gracia de nacer en la fe.

Señor me habéis hecho antes de nacer el mayor don al formar Vos mismo el corazón de mi madre. Habéis hecho a esta santa mujer para que me llevase en su seno. En sus rodillas he aprendido a teme-ros y en su mirada he visto vuestro AMOR.

Habéis conservado, a través de azarosos tiempos el alma cristiana de mi padre. A pesar de todo conservó su fe, un carácter noble, un gran sentimiento de la justicia y una infatigable caridad hacia los pobres. Cuando tuve la desgracia de revisar sus cuentas, encontré que la tercera parte de las visitas a sus pacientes eran hechas sin esperanzas de pago. Tengo que añadir que amaba el trabajo, tenía el gusto de lo grande y lo bello, había leído la Biblia de Calmet y sabía Latín como no lo sabemos los profesores. Este es Dios mío el pri­mero de vuestros regalos, haberme dado tales padres y más todavía, les habéis dado el secreto de educar bien a sus hijos.

Podríamos concluir: «de tal palo, tal astilla» y estaríamos muy en lo cierto. Pero también es verdad, que él tuvo que luchar contra corriente y enfrentarse con una sociedad plagada de ideas ateas, deístas o volterianas, que avanzaban con ímpetu y violen­cia. Pudo creerse, en su día, que este ambiente, ahogaría en Fran­cia todo brote religioso. El proceso espiritual de Ozanam no dependió sólo del lugar, sino de la reacción ante ese ambiente, donde se fue preparando para llegar a ser una persona madura y libre. Con su esfuerzo diario él llegó a cotas muy elevadas.

b. Evolución religiosa: Sus primeras dudas de fe

Cursó sus primeros estudios en el Colegio Royal de Lyon donde pasó Federico su infancia. Ingresó a la edad de 9 años. Cursó estudios primarios y secundarios, con sobresalientes cali­ficaciones, dejando profunda huella de su virtud y de sus extraor­dinarias dotes literarias. La vida de escolar marcó su primera etapa. Aquí va puliendo su temperamento, al contacto de profe­sores y condiscípulos.

Uno de los hitos que marcaron su vida fue la Primera Comu­nión el 11 de mayo de 1826, a los 13 años de edad. Los propósi­tos de este día le ayudaron a cambiar. Se hizo más trabajador, más obediente, aunque también dice él:

Me hice un poco escrupuloso.

A los 15 años le llegó la época de la crisis de identidad y de religión, su primera crisis existencial. Era la época de abandonar las creencias infantiles para acoger una fe adulta. Se produjo un viraje que tambaleó su existencia humana. Pero la afrontó, aun­que con sufrimiento, lleno de confianza. Escribía:

Me siento apegado a la Religión por admiración y por razón, pero también palpo la falta de fervor y de caridad, lo cual me hace sufrir, pero mi confesor me dice que ese tipo de tentación es frecuente a mi edad.

Atravesando esta «noche de la fe», Federico permaneció liga­do a la fe de su infancia. Se empeñó en perseverar en sus debe­res religiosos, en rezar, en recibir los sacramentos.

Desde su más tierna infancia era muy recto, con una since­ridad a toda prueba. Esta fue la cualidad fundante de su vida: LA DEFENSA DE LA VERDAD.

Los estudios de Retórica y Filosofía le llevaron a bucear sobre disquisiciones, razonamientos y tesis que desembocaron en el porqué de su fe. Dudaba y sufría, lo describe así:

He conocido todo el horror de las dudas que roían mi corazón durante el día y durante la noche… La incertidumbre de mi destino eterno no me dejaba reposo.

Esta crisis rompió con los sistemas de su seguridad joven, frágiles casi siempre; empiezan a resquebrajarse, llega la hora de tomar decisiones, de asumir un rol activo dentro de la sociedad. Con sólo 17 años, en medio del «marasmo» hizo VOTO a Dios de consagrar su vida en la defensa de la VERDAD «con tal de que le fuese dado a él mismo poseerla.

Desde entonces las aspiraciones de su espíritu serán hacer el bien por medio de la Verdad. Un espíritu de verdad y coraje para vivir a fondo la existencia, asumiendo los riesgos de sus propios actos. La salvación y estabilidad le llegó a través del Padre Noi­rot, su guía espiritual, profesor de filosofía que «puso orden y dio luz a sus ideas» hasta llegar a conseguir su propia serenidad. Como un verdadero educador cristiano supo leer la experiencia vivida del joven y le posibilitó el ser él mismo.

La correspondencia, casi diaria, que intercambió con su amigo Augusto Materne en el año 1830 es de máximo interés para introducirnos en su vida, tanto espiritual como intelectual. En lo concerniente a la fe, sus amigos participaron de las mismas dudas y esta relación grupal le facilitó el equilibrio en esta época de encrucijada.

Yo dudaba y, sin embargo, quería creer…

Pero el abate Noirot estaba allí y el espíritu de Ozanam poco a poco volvía al sosiego. Ozanam escribió más tarde:

Él metió en mis pensamientos el orden y la luz.

Después de la crisis por la que su espíritu había pasado, llegó a tener claro cual era su tarea en el mundo y en una carta a sus amigos Furtoul y Huchard les comunicó su objetivo de defensa de la Religión:

Zarandeado algún tiempo por la duda, sentía una imperiosa necesi­dad de sujetarme con todas mis fuerzas a las columnas del Templo… extenderé mi brazo para mostrar la religión como un faro liberador a los que navegan por el mar de la vida, sintiéndome dichoso si algunos amigos vienen a agruparse alrededor de mí. El catolicismo se elevará súbitamente sobre el mundo y se pondrá a la cabeza de este siglo que renace….

c. Prácticas de piedad y vida de oración

La santidad de F. Ozanam estaba sustentada en la oración. La Palabra de Dios que leía y meditaba diariamente, era la clave del secreto de su vida interior. De su esposa tenemos este testimonio:

A lo largo de los periodos de su grave enfermedad jamás dejó la ora­ción. No le he visto nunca levantarse ni acostarse sin hacer la señal de la cruz. Por la mañana hacía una lectura de la Biblia, en versión griega, que meditaba media hora. En los últimos días de su vida, asis­tía diariamente a Misa donde encontraba sostén y consuelo….

Antes de comenzar sus clases se ponía de rodillas para pedir a Dios la gracia de no hacer nada para recibir aplausos sino bus­cando solamente la gloria de Dios y el servicio de la Verdad.

En su correspondencia menciona, frecuentemente, su vida de oración. Pide oraciones y ofrece las suyas. Recurre, a menudo, a la oración de petición, de intercesión y de acción de gracias. Cuando se enfrenta con misterios como el nacimiento o la muer­te, escribe preciosas meditaciones que le brotan del fondo del corazón como la que le dirige a su amigo Lallier con motivo de la muerte de su hermana:

En estos momentos es Dios quien nos visita….

Ante el nacimiento de su hija, el 24 de julio de 1845, vive horas de plenitud, y en una explosión de alegría se vuelve hacia Dios rindiéndole homenaje por momentos tan felices.

Soy padre y soy depositario y guardián de una criatura inmortal, hay en ella un alma hecha para Dios y para la eternidad.

En el otoño de 1843 atraviesa una etapa, sin duda, esencial para su vida espiritual, es una especie de conversión y de purifi­cación. Quiere ayudar a su esposa a crecer en la perfección y le escribe una preciosa carta desde París:

He usado mal sus beneficios y sus gracias, en lugar de amar en mi esposa a Aquel que me la ha dado, es a mí mismo a quien he bus­cado en ella….

Estas transformaciones personales se inscriben en el marco más universal de una vida sacramental y de una piedad eclesial. Ozanam acudía con frecuencia a visitar a su confesor, ahora el Padre Marduel, y se refugiaba en la Eucaristía a la cual tenía gran devoción, comulgando casi diariamente, a pesar de lo que estaba al uso en la época. Además, le gustaba y disfrutaba cada vez que podía participar en los actos litúrgicos, como las predi­caciones cuaresmales del Padre Revignan o las misas solemnes en Notre-Dame de París.

La vida espiritual e intelectual de Federico Ozanam es nota­ble por su unidad. En 20 años de trabajo transcurridos desde que venció sus dudas de fe e hizo Voto a Dios de dedicar su vida a su servicio, nada ni nadie le hizo perder su ritmo ascendente. No se pueden leer sin emoción estas frases escritas en el Prólogo del Tomo I de sus Obras Completas «La civilización en el siglo V».

En medio de un siglo de escepticismo, Dios me ha hecho la gracia de nacer en la fe… Más tarde los ruidos de un mundo no creyente me hicieron tambalear… Yo conocí todo el horror de estas dudas que roían mi corazón… Se me hizo la luz. Yo creía en adelante en una fe más tranquila, y recibir un beneficio raro o escaso, y prometí a Dios consagrar mi vida al servicio de la Verdad que me daba la paz. Después de 20 años largos que han pasado, la fe se ha hecho más fuerte… Yo he experimentado su apoyo en los grandes dolores, en los peligros públicos… Es el tiempo de escribir y dar a Dios y ofre­cerle mis promesas de los 18 años.

IV. Los pobres, sacramento y rostro de Cristo

Cada cristiano está invitado a ir a Galilea a encontrarse con Jesús. Para Ozanam, el pobre, fue su lugar de encuentro, fue su Evangelio, la buena noticia que le condujo al Reino. Un Cristo encarnado para transformar al hombre, para liberarlo, universal y abierto a todos como gracia salvadora y donación gratuita.

El amor a Cristo, a quien veía en el pobre, le urgió al servicio: «Lo que hiciste a uno de mis hermanos, a Mí me lo hiciste…».Considerándolo como un deber sagrado, piensa con el apóstol Juan: «Quién no ama al hermano a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve?

Cuando cumplió veinte años y su actividad cambió de marco geográfico, el amor al pobre lo plasmó, en compañía de otros camaradas lioneses, en una asistencia sistemática a ese pobre, en el servicio personal y caritativo al hermano necesitado, con un fundamento evangélico cristo-céntrico, a imitación de Jesús. En este amor al pobre vio un medio eficaz para cumplir con más acierto el mandato divino de amor y servicio:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo, y en verdad os digo que cuanto hicierais al más pequeño, a mí me lo hacéis.

Su alma plena de amor consideraba un deber sagrado amar al hermano al que ve para remontarse a Dios. En uno de sus discur­sos dice:

Pero ¿qué podemos hacer para ser católicos de verdad, sino consa­gramos a aquello que más agrada a Dios? Socorramos, pues, al pobre como lo haría Jesucristo y pongamos nuestra fe bajo las alas protectoras de la caridad.

De esta manera demostró con el ejemplo que los seguidores de Jesús optan con Él por los más desheredados y no por sus cua­lidades, sino simplemente porque al estar llenos de amor no se puede dejar de amar.

No se ama, en cristiano, porque el otro sea amable, sino para que lo sea.

El actuar de Federico Ozanam, su caridad hacia los pobres, era verdaderamente expresión de la virtud teologal de la caridad.

Su amor sobrenatural al prójimo no fue más que una expresión del amor a Dios. Amando y sirviendo progresaba sin tener en cuenta la fatiga, incluso desafiando su salud, sobre todo durante las epidemias de cólera. Con este motivo organizó un cuerpo de jóvenes para ayudar a aquellos que no podían marchar a los hos­pitales. El panorama de la ciudad era tétrico; nos lo describe en una carta:

Calles enteras despobladas en pocas noches, pero al mismo tiempo la gracia cosechaba por todas partes… Toda aquella gente quería morir con el sacerdote al lado… Era emocionante ver aquellos jóve­nes que, impulsados únicamente por la gloria del Salvador, se habí­an desprendido de los brazos de sus padres para dirigirse a los barrios contaminados para socorrer a los enfermos y enterrar a los muertos…

Ozanam quiere «darse», y en esta donación total encuentra la imagen de Cristo: el pobre. Allí está presente en contacto perso­nal directo y práctico, unifica la caridad corporal y espiritual, y cuando explica cómo se debe tratar al pobre, insiste una y otra vez en el trato personal, en la visita a domicilio, en conversación y diálogo, conociendo sus problemas y participando en sus dolo­res y necesidades.

El desarrollo espiritual de Federico se concreta totalmente en esta exhortación de una carta del año 1836 a sus amigos en la que les explica la forma de ver a Dios a través del pobre:

Si no sabemos amar a Dios como los santos le aman, sin duda debe ser objeto de reproche… Parece que hay que ver a Dios para amar­le y no vemos a Dios más que con los ojos de la fe… Pero a los pobres los vemos con los ojos de la carne, están ahí y podemos meter el dedo y la mano en sus llagas y los rasguños de la corona de espinas son visibles sobre su frente… Deberíamos caer a sus pies y decirles con el Apóstol: «Tú eres mi Dios y mi Señor». Son nuestros dueños y nosotros somos sus servidores. Son imágenes sagradas de Dios a quien no vemos, y no sabiendo amarle de otra manera, lo haremos en sus personas.

Coincidía con la acción de san Vicente:

Amemos a Dios, con el sudor de nuestra frente y el esfuerzo de nuestros brazos.

Federico Ozanam observa la situación real de los pobres y busca un compromiso cada vez más eficaz para ayudarles a cre­cer en humanidad. Comprende que la caridad debe impulsar a trabajar para corregir las injusticias. Solía decir:

Que la caridad complete lo que la justicia por sí sola no puede realizar…

La caridad y la justicia están unidas. Ozanam tuvo la valentía clarividente de un compromiso social y político de primer plano, en una época agitada de la vida de su país. Así, podemos consi­derarlo un precursor de la doctrina social de la Iglesia, que el Papa León XIII desarrolló algunos años más tarde en la encícli­ca Rerum novarum.

Juan Pablo II en la homilía de la Beatificación dijo al respecto:

Frente a las formas de pobreza que agobian a tantos hombres y mujeres, la caridad es un signo profético del compromiso del cris­tiano en el seguimiento de Cristo. Por tanto, invito a los laicos, y particularmente a los jóvenes, a dar prueba de valentía y de imagi­nación, para trabajar en la edificación de sociedades más fraternas, donde se reconozca la dignidad de los más necesitados y se encuen­tren los medios para una existencia digna. Con la humildad y la confianza ilimitada en la Providencia que caracterizaban a Federico Ozanam, tened la audacia de compartir los bienes materiales y espi­rituales con quienes viven en la miseria.

Para Federico Ozanam, la fe sin caridad no tiene ningún sen­tido. Por eso, cuando se dirige a sus jóvenes amigos, sus conse­jos parecen, a veces, una reprimenda:

La tierra se ha enfriado, somos nosotros los católicos a quienes corresponde reanimar el calor vital que se apaga, es a nosotros a quienes corresponde comenzar de nuevo la gran obra de la regene­ración, aunque fuera necesario comenzar de nuevo la era de los mártires.

La caridad que practicó Ozanam es una caridad de cercanía, con un compromiso personal, trato respetuoso y servicial, con­forme a los rasgos que tomó del Santo Patrono de sus Conferen­cias: San Vicente de Paúl:

Con dulzura, cordialidad, compasión, respeto y devoción, caracterís­ticas que solía repetir este Santo una y otra vez a sus Hermanas.

La caridad de Ozanam se apoyó completamente en el pre­cepto ,evangélico: «Que la mano derecha ignore lo que hace la izquierda», y también dejó bien claro las diferencias que existen entre caridad y filantropía. Desde París escribe:

La caridad nunca debe mirar hacia atrás, sino hacia adelante, por­que el número de buenas acciones ya pasadas, es siempre muy pequeño, mientras que las miserias presentes y futuras a las que hay que atender, son infinitas.

Pero no se puede pensar que la caridad que le inunda fuera de éxtasis contemplativo, sino que era una fuerza que le incita a la praxis, es algo dinamizador, como un buen discípulo de san Vicente. Desde las primeras reuniones de las Conferencias dejó bien claras las coordenadas en que debe moverse este amor activo:

«Si deseáis, les dice, realmente ser útiles a los pobres, haced que vuestra caridad no sea tanto una obra de beneficencia como una obra de moralización cristiana, santificándoos vosotros mismos por la contemplación de Jesucristo sufriente en la persona del pobre…».

Una caridad, contemplativa y activa, con las raíces profundas en el misterio de Cristo sufriente, pero al mismo tiempo sacando una fuerza que la hace actuar de acuerdo con sus convicciones.

Volvió los ojos hacia el Evangelio y en la imagen del buen Samaritano centró el motivo de una de sus magníficas reflexio­nes, interpretando la parábola evangélica con la situación que estaba viviendo:

La humanidad de nuestros días me parece semejante al viajero del que habla el Evangelio. Ella también, mientras perseguía su ruta en el camino que Cristo le ha trazado ha sido asaltada por los raptores, por los ladrones del pensamiento, por los malos hombres que le han arrebatado lo mejor que poseía: el tesoro de la fe y del amor, y la han dejado desnuda y desfallecida, gimiendo y turbada a lo largo del camino.

Los sacerdotes y los invitados han pasado y esta vez, como eran sacerdotes y levitas verdaderos, se han acercado al ser doliente y han querido curarlo. Pero en su delirio le han desconocido y recha­zado.

A nuestra vez, débiles samaritanos y gentes de poca fe, como somos, nos atrevemos, sin embargo, a abordar a ese enfermo… Tratemos de sondear sus llagas y de verter en ellas aceite, hagamos sonar en sus oídos palabras de consuelo y de paz, y después, cuan­do sus ojos se encuentren abiertos, pongámosle en manos de quie­nes Dios ha constituido en guardianes y médicos de las almas, que son también, de alguna manera, nuestros hoteleros en el peregrina­je de aquí abajo, que dan a nuestros espíritus errantes y hambrien­tos la palabra santa de la alimentación y de la esperanza de un mundo mejor. He aquí la sublime vocación que la Providencia nos ha dado…

V. Una oferta de alternativa: la Sociedad de San Vicente de Paúl

Federico Ozanam, y su grupo de amigos animados por su celo ardiente, y respondiendo a un reto proporcionaron a los jóvenes de su tiempo un refugio novedoso donde calmar su sed de dona­ción: una organización católica de apostolado laico con proyec­ción universal y permanente. Descubrieron una fórmula que, de alguna manera, encauzaría su energía juvenil y aliviaría a la clase más marginada: los pobres.

No hubiera sido pleno el desarrollo de Ozanam si su fe no le hubiera llevado al compromiso. «Rechazar el compromiso es rechazar la condición humana» decía Mounier. Y siguió el ejem­plo de Jesús, que no sólo dedicó su vida a la salvación de los hombres, sino que invitó a otros a colaborar en esta misma tarea, asumió el compromiso de creyente. «Atrapado» por Dios, utilizó la inteligencia y su espíritu organizador, e inició su «Obra» invi­tando a otros a comprometer su vida de una manera organizada. Y nació la Sociedad de San Vicente de Paúl.

Los orígenes de las Conferencias los cuenta el mismo Oza­nam en el discurso inaugural de la Conferencia de Florencia, siete meses antes de su muerte:

Os halláis delante de uno de aquellos ocho estudiantes que, hace veinte años, en mayo de 1833 se reunieron por vez primera al ampa­ro de la sombra de san Vicente de Paúl, en la capital de Francia…Sentíamos el deseo y la necesidad de mantener nuestra fe en medio de las acometidas efectuadas por las diversas escuelas de los falsos profetas…

Entonces fue cuando nos dijimos ¡trabajemos! Hagamos algo que esté conforme con nuestra fe. Pero ¿qué podríamos hacer para ser católicos de veras sino consagrarnos a aquello que más agradaba a Dios? Socorramos, pues, a nuestro prójimo como hacía Jesucristo, y pongamos nuestra fe bajo las alas protectoras de la caridad. Unáni­mes en este pensamiento nos juntamos «ocho…». Sí, realmente para que Dios bendiga nuestro apostolado, una cosa falta: Obras de cari­dad. La bendición de los pobres es la bendición de Dios. Dios había determinado formar una gran familia de hermanos que se difundiese. Por ahí veréis que no podemos nosotros llamarnos con verdad los fundadores, sino que es Dios quien la ha fundado y la ha querido así.

Estos jóvenes estudiantes cristianos tenían una sola pasión, el cristianismo, la Iglesia, la defensa de esta institución, amada y venerada, contra los ataques virulentos del espíritu del siglo: el racionalismo.

La ocasión se la brindó un joven santsimoniano, Juan Broet, que le lanzó un reto. Denunció el contraste de la acción cristiana de la antigüedad con la debilidad del momento, por lo cual se lle­garía a la extinción del cristianismo.

Esta fue la chispa que puso en funcionamiento el motor de la caridad. Al inicio de esta Asociación, tanto Federico como sus amigos no tenían la menor intención de resolver «una acción o cuestión social», sino que su objetivo era acrecentar en ellos mis­mos la vida cristiana. Pretendían asegurar su fe y demostrar con obras que el cristianismo no había muerto.

El 23 de abril de 1833, día del veinte cumpleaños de Federico Ozanam, tuvo lugar la primera reunión en la calle Petit-Bourbon Saint-Sulpice, 18, en la oficina del periódico «La Tribuna Cató­lica», cuyo jefe de redacción es Emmanuel Bailly. Alrededor de él, seis estudiantes entre 19 y 23 años.Este pequeño grupo de jóvenes, unidos por una sólida amistad se pondrá, en menos de un año, bajo el patrocinio de san Vicente de Paúl, cuyo espíritu y ejemplo imitaban constantemente.

Al elegir a san Vicente como patrono, pusieron su Obra en línea referencial con Jesucristo como servidor fiel del designio del Padre que le envió para llevar «la buena noticia» a los pobres. Si el Santo, dos siglos antes, propuso a Cristo como patrono de sus Caridades, y Ozanam puso a san Vicente de las suyas, los dos estaban en línea directa con Cristo liberador de los pobres.

Junto a estos jóvenes comenzaron a llegar otros, que no lo eran tanto, y que aportaron su prudencia y su experiencia. Pero la figura principal, emblemática, será sin duda Federico Oza­nam; sin embargo, él no aceptará ser considerado como el fun­dador de una Sociedad que según él no debe ser:

Ni un partido, ni una escuela, ni una cofradía… Profundamente católica sin dejar de ser laica.

Este es el momento en que se produce el encuentro providen­cial entre los pioneros de la Conferencia de Caridad y la célebre Sor Rosalía Rendu, «madre de todo un pueblo».

Al comprender la vocación de estos jóvenes, entusiastas y generosos, ella los condujo hacia los pobres y les enseñó la manera de servirles con amor y respeto, en la tradición más auténtica de san Vicente.

Junto con los «bonos», estos jóvenes aportaron a los pobres el regalo de la cordialidad, de la simpatía a través de la visita personal, amiga y fraternal. Su proyecto era muy ambicioso. Fede­rico Ozanam decía:

Quiero encerrar al mundo entero en una red de caridad.

Con el paso de los años, los objetivos se modificaron. Lo que en un principio era simplemente una ayuda entre los miembros, tres años más tarde comenzaron a dar importancia a la función social.

Quisieron, sobre todo, servir de freno entre el choque de las dos fuerzas que se iban perfilando en la sociedad del momento: la pobreza y la riqueza. De esa forma desarmaban odios y trataban de mejorar las clases proletarias.

Según Ozanam, la visita a los pobres a domicilio, labor esen­cial de los Cofrades, debe ser hecha en un espíritu de humildad. Pronto su acción añadirá a la visita de los pobres, otras asisten­cias como: la ayuda a los extranjeros de diversas nacionalidades que atraviesan la ciudad, la instrucción religiosa a los niños, la evangelización de los militares, lo que no le impide seguir de cerca la marcha general de la Sociedad, y multiplicar los conse­jos juiciosos tal como éste: No hacerse ver, pero dejarse ver. A pesar de que aborrece toda la ostentación, se horrorizaba de la clandestinidad.

Para Ozanam no rezaba el refrán de que «el buen paño en el arca se vende». Si no que multiplica su actividad siempre en ser­vicio de los pobres.

Cada año, evoca los «humildes comienzos» de la Conferencia de caridad alrededor de Bailly. Junto a los suyos admira este pequeño «arbolito» convertido en un «gran árbol». Ozanam escri­bió en 1841:

Hace ocho años que se formó la primera Conferencia de París: Éramos siete, hoy nuestras filas cuentan con más de 2.000 jóvenes… y en 1845: Esta Sociedad, fundada hace 12 años, cuenta con más de 10.000 miembros, en 133 ciudades; se ha establecido en Inglaterra, Escocia, Irlanda, Bélgica e Italia…

La implantación del Reino, la Obra de Dios se multiplicó; es la levadura en medio de la masa, o la semilla del grano de mos­taza convirtiéndose en árbol frondoso.

En la corta pero intensa vida de Federico, la Sociedad de San Vicente de Paúl ocupó un lugar de predilección. Cuando habla­ba de ella, lo hace con verdadero amor. Repitió muchas veces:

Es una Sociedad católica pero laica, humilde pero numerosa, pobre pero sobrecargada de pobres que consolar, sobre todo en una época en que las asociaciones caritativas tienen una misión tan grande que cumplir a favor del despertar de la fe, para el sostén de la Iglesia, para la pacificación de los odios que dividen a los hombres.

VI. El nacimiento para el cielo

¿Qué mejor conclusión a este bosquejo del recorrido humano y espiritual de Federico Ozanam que meditar en su maravilloso adiós a la vida terrestre, último acto de fe, amor y esperanza, que se abrió a la luz de la eternidad?

La vida de oración de Federico Ozanam dibuja la curva de su vida interior. En sus primeros años tiene tendencia a una oración discursiva y, poco a poco, pasa a otra más sencilla, silenciosa y contemplativa, más entregada y profunda, sin resistencia a la acción de Dios sobre él.

Agotado y afectado por una grave enfermedad, los últimos años de su vida fueron años de sufrimientos físicos y morales. Su alma experimenta, en sus bellas plegarias de Pisa y de Antigna­no, un gran gozo recordando los bienes de Dios y gracias recibi­das, y entona un himno a la bondad de Dios… Es el momento del abandono total, el sacrificio de su gran obra. La separación de todo y de todos los que ama.

Ya en noviembre de 1849, se encontró agotado. El dia 3 con­sultó a su amigo de Lyón, el Dr. Joseph Arthaud:

Heme aquí todo desmoralizado, dame valor, dime si puedo conti­nuar con mis trabajos, y en qué medida, dime si puedo conducirme como un hombre que puede todavía confiar en el porvenir o sola­mente conducirme como un padre de familia, que amenazado por enfermedades precoces, debe «librarse de cargas», y ya no pensar sino en asegurar humildemente la existencia de los suyos. Ruega por mí, si Dios no quiere que le sirva trabajando, me resigno con servirle sufriendo…

Cuatro años más tarde se vio obligado a cambiar de ambien­te y se trasladó al norte de Italia, a Pisa. Sin saberlo su esposa, el día 23 de abril de 1853, el día de sus 40 cumpleaños, Federico Ozanam escribió su testamento. En él podemos descubrir el resu­men de su vivir. En uno de sus párrafos sintetiza y confiesa su amor por la Iglesia y el deseo de perseverancia en la fe de aque­llos que ama.

Muero en el seno de la Iglesia católica, apostólica y romana. He conocido las dudas de nuestro siglo, pero a lo largo de mi vida me he convencido de que no hay reposo para el espíritu y el corazón más que en la Iglesia y bajo su autoridad…

Ruego por mi familia, mi esposa, mi hija y demás parientes para que perseveren en la fe y sean testigos a pesar de los escándalos y demás sufrimientos de la vida.

El mismo día elevó a Dios una rica plegaria apoyándose en el comienzo del cántico de Ezequías (Is 38,10-20).

Dice el profeta: «Yo pensé en medio de mis días, tengo que marchar hacia las puertas del abismo…

Me privan del resto de mis años…

Como un tejedor devanaba yo mi vida… y me cortan la trama…

A la luz de este Cántico, se puso en la presencia de Dios y se sintió inclinado a hacer un balance de su existencia, un examen de sus éxitos y de sus miserias. Se hizo un juicio crítico sobre sus obras y también sobre sus omisiones. Realizó un largo recorrido de los bienes recibidos del cielo y encontró ánimo para hacer su inmolación llegando a la conclusión de que Dios no quiere sus bienes, ni sus logros intelectuales, ni a sus seres queridos, le quiere a él. Sigue preguntándose:

No sé si Dios permitirá que yo pueda apropiarme del fin. Sé que cumplo hoy mis 40 años, más de la mitad del camino de la vida. Sé que tengo una mujer joven y bien amada, una hija encantadora, excelentes hermanos, una segunda madre, muchos amigos, una carrera honorable, trabajos conducidos a un punto en que podrían servir de fundamento a una obra siempre soñada. Sin embargo, estoy aquí aquejado de un mal grave, pertinaz y cada vez más peli­groso ya que esconde probablemente un agotamiento completo.

¿Es pues necesario, dejar todos estos bienes, que tú mismo, Dios mío, me has dado? ¿No queréis, Señor, contentaros con una parte del sacrificio? ¿Cuál de ellos deseas que te inmole entre mis afectos desordenados? ¿No aceptarías el holocausto de mi amor propio lite­rario, de mis ambiciones académicas, de mis proyectos de estudio en los que tal vez se mezclaba más orgullo que celo por la verdad?

¿Cuál es la parte que queréis que inmole?… Si yo vendiera la mitad de mis libros y entregara su importe a los pobres y dedicara el resto de mi vida al servicio de los indigentes, a instruir a los aprendices y a los soldados, ¿estarías Señor satisfecho y me dejaríais envejecer al lado de mi esposa y completar la educación de mi hija? Pero ésta no es vuestra voluntad, rechazáis mis ofrendas y sacrificios. Soy yo mismo a quien queréis. Está escrito al comienzo del libro, que debo hacer vuestra voluntad.Vengo, Señor. Vengo si tú me llamas y no tengo derecho a quejarme. Me has dado cuarenta años de vida. Si yo repaso ante ti mis años con amargura, es a causa de los pecados con los que los he manchado. Más cuando considero las gracias con que me habéis enriquecido, repaso mi vida delante de Vos, Señor, con agradecimiento.

Si queréis que esté postrado en una cama el resto de mis días, tam­bién lo recibiré con gozo y estaré contento de haberlo superado. Si estas páginas son las últimas que yo escribo, quiero que sean un himno a vuestra bondad…

Da la impresión de un hombre que se siente acabado, pero al mismo tiempo nos descubre un estado de donación que, lejos de proceder de una resignación fatalista, es propio de quien está abierto a la voluntad de su Creador. Esta oración, llamada la ora­ción de Pisa, nos descubre el grado de santidad que había alcan­zado y su relación con la trascendencia. Es el momento del aban­dono total. El gran sacrificio de su vida. Termina exclamando: HEME AQUÍ, SEÑOR.

La enfermedad iba progresando de una manera alarmante, llegando hasta el extremo de no poder caminar. Una profunda melancolía se apodera de Federico Ozanam que se refleja en su rostro y se traduce en sus parcas palabras. Los hermanos son avisados y junto con su esposa deciden abandonar Italia ante el peligro de un cercano desenlace.

La víspera, llegado el momento de abandonar la casa, vuelve a dirigirse a Dios con una sentida y profunda oración, la «Ora­ción de Antignano»:

Dios mío, os doy gracias por los sufrimientos y aflicciones que me habéis dado en esta casa, acéptalos como expiación de mis pecados…

Y dirigiéndose a su esposa le dijo: «Quiero que bendigas a Dios por mis dolores…».

Y abrazándola añadió: «También bendigo a Dios por los consuelos que me ha dado».

Iniciaron el regreso a París y en Marsella el 8 de septiembre tuvo lugar el encuentro con el Padre.

Resumen

Esta breve exposición sobre Federico Ozanam no podría cubrir todos los aspectos de su asombrosa personalidad, en sus diferen­tes facetas pero es, sin duda, suficiente para explicar y justificar las cálidas palabras del Papa Juan Pablo II, durante la audiencia con­cedida en Roma el 27 de abril de 1983, a los vicentinos proceden­tes de todo el mundo, en el marco de la conmemoración de los 150 años de actividad de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

«Hace 150 años, exactamente, que la primera «Conferencia de Caridad» nació en París: Una iniciativa de jóvenes laicos cristianos, agrupados en torno a Federico Ozanam. Se queda uno maravillado de todo lo que ha podido emprender para la Iglesia durante su vida, rápidamente consumida, para la sociedad y para los pobres, este estudiante, profesor y padre de familia, de una fe ardiente y de caridad inventiva. Su nombre queda asociado al de San Vicente de Paúl, que dos siglos antes había fundado las Damas de la Caridad.

¿Y cómo no desear que la Iglesia le ponga también en las filas de los bienaventurados y de los santos?».

Cinco años después sería la beatificación.

Creo que vale la pena ahondar en el estudio de este personaje vicentino y tomarlo como ejemplo de santidad.

Autor: María Teresa Candelas, H.C..
Año de publicación original: 2006.
Fuente: XXXII Semana de Estudios Vicencianos (Salamanca).

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