“Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor”
Hch 2, 36-41; Sal 32; Jn 20, 11-18.
María Magdalena experimentó la debilidad del pecado y la fortaleza que da la misericordia del Señor. Siguió a Cristo hasta el Calvario y estuvo presente en su crucifixión, su muerte y su sepultura. Junto con la Madre y el discípulo amado recogió su último suspiro y ahí, al pie de la Cruz, comprendió que sus pecados estaban siendo perdonados con cada gota de sangre derramada, que su salvación estaba en aquella muerte, en aquel sacrificio.
Ella fue quien descubrió, la mañana de la Pascua, el sepulcro vacío. Y el Resucitado quiso mostrar su cuerpo glorioso a ella antes que a nadie, a ella que había llorado intensamente por su muerte. A ella quiso confiarle el primer anuncio de la alegría pascual para recordarnos que precisamente a quien contempla con fe y amor el misterio de la pasión y muerte del Señor, se le revela la gloria de su resurrección.
La historia de María Magdalena nos recuerda una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él y lo ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo del poder de su amor misericordioso, más fuerte que el pecado y la muerte.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Laica colaboradora de la Parroquia Medalla Milagrosa de Narvarte, ciudad de México
0 comentarios