“No nos trates, Señor, como merecen nuestros pecados”
Dn 9, 4-10; Sal 78; Lc 6, 36-38.
“Sean compasivos como su Padre celestial”. ¡Jesús nos invita a ser como Dios! ¡Nada menos! Él no intenta sobresalir o hacer que nos sintamos frustrados por una invitación tan enorme, sino que quiere que nos maravillemos ante la inmensidad de la capacidad de Dios para amar. En nuestra humanidad no somos infinitos, pero somos llamados siempre a un mayor amor y a una más firme esperanza. La invitación nos alcanza mientras estamos en nuestras vidas, llamándonos a permanecer en la vida de Dios. El juicio, la condenación y la falta de perdón, inhiben el bien y atan el espíritu.
El corazón de Jesús es grande y muy tierno y compasivo. Cuando tratamos de perdonar a otros, nuestro corazón llega a ser un poco más como el suyo. ¡Jesús, tú nos abrumas con tu desbordante generosidad!
Señor, ayúdame a ser generoso, no forzando algo de mí mismo, sino compartiendo plenamente lo que me has dado.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Adrián Acosta L., CM
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