“No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores”
Is 58, 9-14; Sal 85; Lc 5, 27-32.
El evangelio de hoy nos cuenta la vocación de Mateo y la fiesta que éste organizó para celebrar su nueva vida junto a Jesús. Sabemos que Mateo era recaudador de impuestos, era un judío que colaboraba con el Imperio invasor y que se “contaminaba”, es decir, perdía su pureza ritual, por el contacto que debía tener con los paganos para quienes trabajaba.
Sabemos, también, que a Jesús no le interesaban los prejuicios rituales, no era fundamentalista, por eso no tiene problemas en llamar a su círculo de amigos cercanos a un hombre tenido por pecador público e impuro. Miraba en Mateo no sus faltas y errores, sino sus posibilidades, su capacidad de abrirse al misterio de Dios manifestado en Jesucristo y de convertirse en testigo y constructor del Reino.
Jesús no se equivocó. No se puede equivocar quien confía en los demás.
Solo quien se mueve con prejuicios y resentimientos se equivoca frente a los demás, porque se cierra a acogerlos como hermanos.
Jesús confía en ti y en mí, en nuestras posibilidades para hacer caminar su Reino, en nuestras capacidades de abrirnos a su misterio de amor y ser testigos de ese amor en el mundo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, CM
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