“Ninguna cosa que entra de fuera en la persona puede hacerla impura”
Gén 2, 4-9. 15-17; Sal 103; Mc 7, 14-23.
Continúa Jesús con su respuesta al reclamo de los fariseos y doctores de la ley, quienes le reprocharon que los discípulos no realizaron los rituales de purificación.
Jesús, en el evangelio de hoy, aborda directamente el tema de la “pureza ritual”. La tradición judía creía que solo el hombre “puro” es digno de la bendición de Dios, de su amor. Y la pureza se perdía al entrar en contacto con ciertas cosas, alimentos o personas especificadas en una reglamentación muy detallada. Normalmente eran rituales con agua los que restablecían la pureza perdida.
La respuesta de Jesús dice, fundamentalmente, que la dignidad del hombre ante Dios no está en las cosas que come o que toca. Lo que puede romper su comunión con Dios es, justamente, lo que rompe su comunión con los hombres: las cosas “que salen de su corazón” y que agreden al otro o lo lastiman. Toda la maldad que se alberga en el corazón “contamina” la vida, la empobrece.
Jesús había proclamado “bienaventurados los limpios de corazón”. La purificación, pues, debe ser más profunda.
Señor, danos un corazón puro y sincero.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, CM
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