Jesús es la luz grande que brilla sobre los que andan en tinieblas. No deja él de deleitar a los que moran tristes en tierra de sombra.
Cual la sabiduría de Dios, juega Jesús en la tierra y se deleita con los humanos (véase Prov 8, 31). Y, por supuesto, que esté él con nosotros esto quiere decir también que él no nos puede sino deleitar.
Y no nos deja de deleitar por esta razón básica: pasa por todas partes para enseñarnos, predicarnos la Buena Noticia del reino, y curarnos. Queda claro que no vive él para sí mismo, sino para nosotros.
No, Cristo no se complace; más bien, nos trata de complacer, deleitar, a nosotros. Aunque es Dios y digno de nuestro servicio, no alardea de ser Dios; se hace esclavo de todos. Y no le basta con servir, da su vida también para rescatarnos.
Claro, a los que nos decimos discípulos nos toca hacer nuestra la forma de ser del Maestro. No hemos de deleitarnos a nosotros mismos, sino deleitar a los demás. Para ellos tenemos que vivir, no para nosotros mismos. Y a esto apunta también el dicho de que somos la sal de la tierra y la luz del mundo
La sal no es para sí misma. Solo al mezclarse con los alimentos, para preservarlos y darles sabor, se da a conocer veraz su razón de ser. No vale la sal que no se usa, por muy bien que se guarde en un lindo salero o frasco.
Y la luz que deja de alumbrar no resulta útil. Por lo tanto, no se tapa con un cajón una lámpara encendida. La hay que poner, más bien, en el candelero o en un lugar alto, para que se alumbren los que se hallan en las tinieblas. No, la luz no es para sí misma.
A los que somos la Iglesia se nos llama a deleitar y alumbrar a los demás.
A la Iglesia, —la somos los cristianos—, se le manda, sí, salir de sí misma. Los discípulos no hemos de escondernos en una casa con las puertas cerradas por miedo de un tipo u otro. Lejos, por lo tanto, de nosotros que seamos cual los caracoles que tienen miedo de salir de sus conchas (SV.ES XI:397).
De verdad, el Enviado del Padre nos envía y nos da el Espírtu Santo. Quiere Jesús que salgamos a deleitar a la tierra y a alumbrar al mundo. Y que contagiemos las bienaventuranzas a los demás para disfruten ellos del gozo y la luz de la Buena Noticia.
En otras palabras, nos toca ser una «Iglesia en salida», a la que se le llama a esto: «salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias». A los lugares donde hay pobres y no hay gozo ni luz de la Buena Noticia (EG 20, 24).
Hay que salir, sí, de la propia comodidad. Después de todo, hemos de encarnar el Sermón de la Montaña. Y no hay dicha y gloria de verdad donde no se entrega el cuerpo y no se derrama la sangre. Donde no se decide ignorarlo todo, a excepción de Jesucristo en la cruz.
Señor Jesús, nos quieres sal de la tierra y luz del mundo; concédenos deleitar y alumbrar a los demás.
5 Febrero 2023
5º Domingo de T.O. (A)
Is 58, 7-10; 1 Cor 2, 1-5; Mt 5, 13-16
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