“¿No es éste el carpintero?“
Heb 12, 4-7. 11-15; Sal 102; Mc 6, 1-6.
Jesús volvió a Nazaret acompañado de sus discípulos. Volver a la tierra, la casa, los caminos, las personas de toda la vida, revive recuerdos que nunca se borraron. Volver enriquecido con tantas experiencias, en compañía de amigos–discípulos. Volver con grandes proyectos para los suyos, para todos; con propuestas de un mundo que harían soñar y saltar de gozo a cualquiera… ¡y encontrar tal rechazo e indiferencia! Dice el texto que Jesús “se asombraba de su incredulidad”. Y no era para menos. Asombro mezclado con dolor y tristeza.
Pero a mí me llama la atención (¡y me encanta!) una de las razones que usaron sus paisanos para no aceptar la maravillosa novedad que les llevaba Jesús: “¿No es éste el carpintero?”. Es decir: es alguien pobre como nosotros, trabajador como nosotros. Un poco los entiendo; no era fácil reconocer y aceptar que Dios se hubiera encarnado en la persona y en la vida de un hombre pobre, carpintero de oficio. ¿Cómo la grandeza del Altísimo podría contenerse en la carne frágil de alguien tan insignificante a los ojos de los hombres?
No dejemos de sorprendernos de los caminos que eligió el Padre para acercarse a nosotros en su Hijo, Jesucristo.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Silviano Calderón, CM
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