“¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan?”
Hb 5, 1-10; Sal 109; Mc 2, 18-22.
Les debió desconcertar, y no sólo eso, también causar cierto desagrado; parece que en su imaginario un hombre de Dios debe ser alguien asceta, mortificado, que pasa hambre. Sin embargo, el estilo de vida del Señor, su modo de comunicar a Dios no está marcado por “las canciones tristes” sino por el “sonido de la flauta”. Para ser más concretos, la imagen es la de una boda, y él es
Esposo, mientras permanezca con los invitados la festividad debe ser el modo/estilo de permanecer.
Las prácticas del ayuno y sacrificios fueron muy abundantes en el Antiguo Testamento y los profetas son duros contra ellas, sobre todo porque, a menudo, quienes las practicaban no ofrecían el pan que dejaban de comer a quienes pasaban hambre.
Al Señor en cambio lo van a criticar quienes ayunan, por ser un glotón y un bebedor que se sienta en la mesa con pecadores. Haciendo de lado la importancia de que en esa mesa donde come el Señor todo caben, los de hambre de cuerpo y del alma. Y los invitados son enviados para hacer lo mismo: hacerse pan para saciar el hambre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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