“Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre él“
Is 49, 3.5-6; Sal 39; 1 Cor 1, 1-3; Jn 1, 29-34.
Juan el Bautista nos ofrece su testimonio y experiencia para aligerar, si cabe decirlo de ese modo, el camino para hacernos discípulos del Señor. Aquellas palabras empujaron primero a Santiago y a Juan, luego ellos hicieron lo propio con sus parientes y amigos.
Las palabras de Juan recuerdan el modo como Dios suscitaba y sostenía a sus profetas: con la fuerza de su Espíritu. Por eso el título “Profeta del Reino de Dios” es muy propio para el Señor, pues el Espíritu permanece en él.
Con el poder de ese Espíritu expulsa el poder del mal, lo combate. Con este Espíritu se ha revestido de autoridad, la cual notan quienes escuchan sus enseñanzas.
Su vida es una experiencia plena de la acción salvífica del Espíritu de Dios. Y como en su raíz lo indica, ruah, aliento de Dios que da vida. Frente a muchas ofertas modernas de salvación para el alma, que prometen tanto y devuelven migajas que solo entretienen, la Palabra del Señor es camino de salvación y alegría, sin negar las contrariedades que el acogerla traerá a nuestra vida.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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