“Levántate, toma tu camilla y anda”
Hb 4, 1-4. 11; Sal 77; Mc 2, 1-12.
La frase que escogemos para ambientar este relato del Evangelio tiene un detalle que, de escucharlo muchas veces, probablemente pase desapercibido.
¿Para qué debe cargar su camilla si ya no la necesita? No es para llevarla a su casa, a donde no estorbe; tampoco para tenerla a su alcance si vuelve a quedar paralítico. Parece más una señal, algo parecido a una cicatriz que recuerde, primero al que estaba enfermo, luego a su comunidad, que ahora puede caminar pero que ha sido un proceso largo y con seguridad doloroso, ha necesitado de la solidaridad de sus compañeros, quizá son sus amigos, pero no se necesita ser amigo de alguien para ofrecer o recibir ayuda. Ha necesitado de la misericordia del Señor para hallar el perdón a sus pecados. Ha necesitado luchar, conservar la esperanza, fortalecer su fe aún en tiempos en que parecía no tener sentido hacerlo.
La camilla en mano también recuerda que no todos nos alegramos con la salud del prójimo, que a veces somos piedra de tropiezo o hasta impedimento para que encuentre la salud del cuerpo y del alma.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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