“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”
Is 42, 1-4.6-7; Sal 28; Mt 3, 13-17.
En la persona de Jesucristo, Dios se ha revelado total y plenamente, este es el mensaje central de la predicación de las primeras comunidades (Kerigma), no hay otro que deba venir después a anunciar algo nuevo del Reino de Dios. En Jesucristo se ha posado el Espíritu de manera plena, en su actuar se despliega la misericordia y la acción salvífica del Padre, él mismo es uno con el Padre.
No obstante, a menudo seguimos buscando, o esperando nuevos mensajes que nos revelen algo más del Misterio de Dios y de su plan de salvación. Parecido a lo que Felipe le pidió a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta (Jn 14, 8)”. La respuesta que recibió parece evocar cierto lamento, “Felipe, ¿hace tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí ha visto al Padre (Jn 14, 9)”.
El mensaje que proclama nuestra fe es la plenitud de la revelación de Dios en la persona de Jesucristo, por eso no vale esperar otros mensajes, otras revelaciones, sino hacer un esfuerzo constante por hacernos discípulos que anden sus huellas, que amen lo que él amó, que se revistan de los mismos sentimientos que él experimentó, combatir al mal y al pecado viviendo la voluntad del Padre y confiando en su bondad.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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