“Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes“
Is 60, 1-6; Sal 71; Ef 2, 2-3. 5-6; Mt 2, 1-12.
El modo como arranca este pasaje del evangelio no solo sirve para ubicar el momento histórico, también deja ver cómo estaba repartido el poder, quiénes estaban en la cima y, en contraste, quiénes se hallaban en el estrato más bajo. Aquí, en este último segmento, nace el Señor; en una familia que tiene que migrar buscando salvar su vida.
Podemos romantizar/domesticar la imagen del pesebre y de los peregrinos pidiendo posada; pero, al mismo tiempo sentirnos molestos con muchos migrantes que llegan a nuestros estados, que se asientan en nuestra ciudad o colonia. Ellos son imagen de la misma familia del Señor y del movimiento revolucionario que se niega a aceptar que el poder en manos de unos cuantos determine su destino, su historia y sus sueños de vida.
Probablemente a muchos nos intriga que sea en esa imagen del niño en el pesebre donde Dios se manifiesta, vulnerable, sin armas, migrante, que no tiene sino sólo su vida. Es imagen llena de Misterio, que se resiste a las apariencias y manipulación, pero que es capaz de evocar lo más genuino de nuestra humanidad: la compasión. Que su epifanía nos mueva a reconocerlo en tantos hombres y mujeres atravesados en la necesidad y a compartir algo de lo que nos ha dado.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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