“He ahí el Cordero de Dios…”
1 Jn 2, 29-3, 6; Sal 97; Jn 1, 29-34.
Jesús se abrió paso entre la muchedumbre y parece que nadie más lo reconoció. De aspecto maduro, con vestimentas sencillas, hijo de artesanos o campesinos, en fin, de familia pobre. Nada de eso que solemos tomar por valioso. Es muy probable que hoy tampoco lo reconozcamos abriéndose paso entre muchas personas, nuestra mirada no está entrenada para verlo. Hace falta andar por caminos de conversión, que calen hondo nuestra vida, y aprehender lo que Juan señaló de Él: “Es el Cordero de Dios”.
Entre las imágenes que podía tomar escogió una que evidencia ternura y también debilidad. El cordero es aquel animal de la familia de los ovis, menor a un año de vida, y en este sentido, depende de su madre para subsistir y encontrar alimento.
Por tanto, la grandeza de Dios y su Misterio, develados en la imagen de un cordero, indica ya el talante de vida de Jesús de Nazaret, y también de quienes deseen ir tras sus huellas. Será necesario quitarnos de encima toda clase de pretensiones de poder y violencia que nublan nuestra mirada.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Emmanuel Velázquez M., CM
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