“No he encontrado una fe semejante en ningún israelita”
Is 4, 2-6; Sal 121; Mt 8, 5-11.
El centurión del que nos habla hoy el evangelio era un funcionario que tenía autoridad como comandante del ejército, pero no solo eso, representaba el poder de Roma y sabía ejercerlo: decía a sus subordinados “vengan” y venían, “hagan esto” y lo hacían. También tenía recursos, pues tenía gente a su servicio.
Pero en un acto de humildad, reconoce que el único que tiene realmente poder sobre la creación, es Dios; comprende que el ser humano, por más rico y poderoso que se crea, es limitado y frágil. Comprende que el único poder real que tiene es el de quitar la vida, no de darla.
Desde esa humildad y pobreza de corazón, se acerca a Jesús para solicitarle, no para él, sino para un servidor suyo, la salud. Le duele verlo sufrir. Jesús se admira de esta actitud de pobreza en un hombre rico y poderoso y aprovecha para darnos una enseñanza muy importante: la salvación será para los que tengan la fe de este centurión, sin importar su origen racial, la religión que profesen o la posición económica que tengan.
Danos Señor la fe del centurión.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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