“El Señor no es Dios de muertos, sino de vivos”
Apoc 11, 4-12; Sal 143; Lc 20, 27-40.
En una sociedad como la nuestra, todo lo que hacemos merece una recompensa. Incluso en el Antiguo Testamento escuchamos que “al justo le irá bien”. La enseñanza de Jesús no contradice esta idea, hacer el bien a los demás siempre trae la satisfacción de ver el rostro lleno de alegría de aquel al que hemos beneficiado, sin embargo, esto no está libre de problemas, pues resulta que cuando buscamos la justicia para el pobre, al rico no le gusta y responde con el ataque, ataque que incluso puede terminar con la vida del justo. Entonces, ¿dónde está la recompensa? Jesús enseña que el gran premio por haberle hecho bien al prójimo estará no solamente en este mundo, sino también en la vida futura.
Pero había personas, como los saduceos, que no creían en la resurrección y por eso se le acercaron a Jesús para hacerlo quedar en ridículo. El Señor aprovecha la ocasión para enseñarnos dos cosas: que “Dios no es un Dios de muertos” y que nuestra idea de la resurrección está demasiado relacionada a la vida como la vivimos hoy, pero que no será así, pues no habrá otra relación fuera del amor de Dios. No habrá padres o hijos o esposo o esposa, estas relaciones habrán sido superadas.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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