”No reconociste el momento que fuiste visitada por Dios“
Apoc 5, 1-10; Sal 149; Lc 19, 41-44.
Jesús, como todo buen judío, le tenía mucho cariño a Jerusalén. Estando a punto de terminar su peregrinación por este mundo, al ver la ciudad lloró, pero no de alegría por estar a punto de entrar en la ciudad santa, en la que moraba Dios en su templo, sino que lloró de tristeza, porque sabía que, al negarse a escuchar su mensaje de amor, de justicia y de paz, sería destruida.
Cuando Jesús nos ve, ¿llora de alegría por ver buenos hermanos que nos ayudamos unos a otros, o llora de tristeza por ver que nos hemos olvidado de sus enseñanzas? Procuremos que no llore de tristeza por nosotros, que nosotros sí sepamos aprovechar la oportunidad que Dios nos ha dado por medio de la pasión y muerte de Jesucristo, con las que borró nuestros pecados; que sepamos utilizar los dones que el Espíritu Santo nos regaló el día de nuestra confirmación; que sepamos encontrarlo en las personas necesitadas y en los momentos difíciles de nuestra vida, que no vivamos distraídos.
Pidamos al Padre que Jesús no tenga que llorar por la destrucción de nuestra vida, de nuestros matrimonios, de nuestras familias.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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