En la reflexión anterior decía que la palabra renovación de inmediato sugiere la renovación de los votos en las Hijas de la Caridad, pero que tenía también el sentido de renovarse una persona, hacerse nueva. Todos los hombres tenemos que renovarnos a excepción de Jesús y María. María fue hecha para ser la Madre de Dios y llena de gracia desde su concepción. Sin embargo, para todos nosotros, el día de la encarnación María acepta el papel que Dios le pide en la salvación de la humanidad. Ese día se renueva, se hace una mujer nueva. Querer renovarse es cumplir la voluntad de Dios y ocupar el puesto de María por aquello que dijo Jesús: “Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3, 35).
Pero en la paternidad, en la filiación y en la hermandad hay un vínculo de sangre y otro de amistad. Que sean amigos es lo más importante. Lo dice Jesús en la Última Cena: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 12s).
Esta podría ser la carta de identidad de una Hija de la Caridad: ser amiga de los pobres. Esto es renovarse, hacerse nueva. Los amigos íntimos están dispuestos a dar la vida uno por otro. Cuando Jesús dice que nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos, os lo dice a vosotras. En la renovación te renuevas y ofreces voluntariamente la vida a Dios para los pobres y Dios la acepta, como aceptó la de su Madre al pie de la cruz. Por eso san Vicente decía que una Hija de la Caridad es mártir, ya que día a día en el servicio de los pobres va abreviando su vida, pero la va abreviando porque es una amiga verdadera (IX, 256).
Ciertamente es más fácil dar la vida heroicamente por los pobres que dársela día a día y esto es lo que los pobres piden a la Hermanas: darles bienes, tiempo, dedicación y aficiones que son las cosas que se intercambian los amigos. Santa Luisa dice: “Si bien no siempre tenemos ocasiones de exponer la vida, no nos faltan las de sacrificar nuestra voluntad para acomodarnos a la de los demás y la de romper con nuestros hábitos e inclinaciones” (c. 119).
No es difícil dar a los pobres una parte de los bienes o del trabajo. Lo difícil es darles la amistad y que ellos te den la suya, porque ser amigos supone confiar el uno en el otro. Los pobres se alegran, si ven la confianza que les das como una mujer que ocupa el lugar de la Virgen María, reconociéndola en ti, cuando estás presente en sus dificultades, llamas al que no lo espera y miras su corazón que nadie jamás había mirado, y todo, como una amiga, sin ponerles condiciones. En la sociedad actual hay que renovarse y ayudar a los pobres como amiga más que como sirvienta.
La sociedad moderna identifica vida digna con seguridad en el bienestar, y deducimos que tener verdaderos amigos es lo que da la verdadera seguridad. San Vicente abandonó la seguridad de un hogar de clase media, y la encontró en la amistad de los misioneros, santa Luisa abandonó la seguridad de una burguesa y la encontró en la seguridad que le dieron las Damas de la Caridad, como nuevas amigas, María pospuso la seguridad del hogar de desposada y asumió el miedo a que José la repudiara y quedara descreditada como mujer infiel. Ella tenía fe y confiaba en que Dios iluminaría a José. Más tarde, cuando su hijo se hizo profeta itinerante, tomó la inseguridad de una viuda sin hijos, y al pie de la cruz, no aparece ningún pariente que la acoja y Jesús les encarga a sus amigos que la cuiden, porque confiaba en ellos.
Benito Martínez., C.M.
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