“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”
2 Mac 12, 43-46; 1 Cor 15, 20-28; Lc 23, 44-46. 24, 1-6.
Hoy recordamos a las personas que amamos y que ya han salido de este mundo. Es un buen momento para reflexionar cómo seremos recordados nosotros el día de mañana, cuando también hayamos partido. ¿Pensarán en nosotros como el borracho golpeador o como la chismosa de la cuadra que se dedicaba a hablar de cosas que no le constaban?, ¿O como el padre que abandonó a sus hijos, o como la madre que no se preocupó nunca de la formación en valores de sus vástagos? ¿O, por el contrario, seremos recordados como aquellos que siempre estaban allí para ayudar, para dar algún consejo, para ayudar a un vecino caído en desgracia?
La muerte causa miedo, y por eso preferimos no pensar en ella, pero eso es querer tapar el sol con un dedo, el cristiano sabe que un día llegará, pero, al haber tenido siempre como meta el Reino de Dios, y como toda su vida se ha esforzado en cumplir el mandamiento del amor, está seguro de que la muerte lo llevará a un lugar mejor, a la “tierra que mana leche y miel”.
Señor que nuestra vida sea una ofrenda permanente de amor para con nuestros hermanos más necesitados, para que el día de nuestra muerte nos aceptes a vivir contigo para siempre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Alfredo García Rendón
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