Vicente de Paúl había fundado un asilo para ancianos y pobres llamado “El Nombre de Jesús” y resultó un éxito. Tanto los acogidos como los directores estaban satisfechos. Las Damas de la Caridad miraban ilusionadas el resultado y concluyeron que su director, Vicente de Paúl, era capaz de crear un Hospital General para todos los mendigos de Paris. ¡Unos 40.000! En una asamblea general, en verano de 1653, presentaron la propuesta, aportaron miles de libras y, entusiasmadas, la aprobaron. Vicente de Paúl alabó su celo, pero pensó que era una temeridad realizar una obra de tanta envergadura sin reflexionar detenidamente ante Dios. No estaba clara la voluntad divina, había que ralentizarlo. Algunas Damas le manifestaron claramente su descontento por este retraso, ya que se enteraron de que, en la reunión que había tenido la Compañía del Santísimo Sacramento el 5 de junio, había encargado a un miembro que estudiara la posibilidad de crear y llevar ellos un Hospital General.
En agosto, las Damas, ante el resultado maravilloso que había tenido la Residencia de ancianos “El nombre de Jesús”, pidieron a Luisa que estudiara un proyecto sobre las posibilidades de un Hospital General. Luisa lo estudió bajo dos aspectos: ¿Lo deben hacer la Compañía del Santísimo Sacramento (hombres) o las Damas de la Caridad (mujeres)? Y cuál sería el papel de Vicente de Paúl y el de las Damas. La primera cuestión la resuelve de una manera ni feminista ni antifeminista. Acepta la situación inferior de la mujer, pero reclama sus derechos, aunque sólo en la vida privada a la que pertenece la caridad: “Si se mira la obra como política, parece que la deben emprender los hombres, si se la considera como obra de caridad, pueden emprenderla las mujeres… Que sean ellas solas, parece que ni se puede ni se debe, sino que sería de desear que se les agregara algunos hombres de piedad, tanto en los consejos, exponiendo sus criterios como una de ellas, cuanto para actuar ante la Justicia en los procedimientos y acciones que convenga hacer… con tal que estos señores no desdeñen este papel [secundario], aunque, hablando humanamente, parece que esta forma de obrar no sea razonable, ya que no es lo común… Creo que los hombres colaboradores no deben ser considerados, miembros de la Compañía. Parece que esto no le repugna al espíritu de la Compañía del Santísimo Sacramento, pues sus miembros quieren permanecer ocultos en sus obras caritativas, y ni siquiera declaran por lo general que pertenecen a la Compañía… Mientras que las obras que Dios hace o manda hacer a las Damas son todo lo contrario” (E 77). Con tanta más razón, cuanto que las Damas son todas “personas de condición que nada hacen sin consejo y están acostumbradas desde hace tiempo a empresas similares”.
A la segunda cuestión, responde de una manera ladinamente inocente. Dice que las señoras de las Caridades “nada hacen sin consejo”, se entiende del director Vicente, aunque algunas Damas sentían descontento por la lentitud de san Vicente. Por ello expone que “es de desear que las Damas renueven su sumisión al juicio o al parecer de aquél al que Dios ha elegido; y que mantengan siempre su primera sencillez de decir buenamente su parecer sin la pasión de que se tenga que seguir”. Vicente no quería adelantarse a la Providencia, prefería comenzar poco a poco. Lo consideraba necesario para no fracasar y asegurar su futuro. Las señoras preferían rapidez. El dinero abundaba y Vicente tuvo que ceder y lograr de la reina Ana de Austria el complejo edificio de la Salpetrière, fuera de uso y en malas condiciones (ABELLY, L. I, c. XLV). Las Damas gastaron 16.000 libras en repararlo, 12.000 para pagar a los carpinteros que hicieron las camas, otras 12.000 para comprar tela y 10.000 para ropa blanca, colchas y cacharros. En total, habían gastado 50.000 libras y se comprometieron ante notario a depositaron 100.000 libras más para el sostenimiento de los pobres acogidos.
Entre los funcionarios, los miembros del Parlamento y la Compañía del Santísimo Sacramento levantó desconfianza que un complejo tan amplio fuera realizado por mujeres. Pensaban que una obra de tal categoría sólo podía ser ejecutada por hombres y hombres revestidos de misión oficial e intentaron parar las obras. No lo lograron porque Vicente de Paúl consiguió que interviniera la duquesa de Aiguillon, presidenta de las Damas (V, 47) Sin embargo, lograron que la obra quedara bajo la autoridad del gobierno. San Vicente decidió desentenderse de una obra que solo podría desarrollar el Estado y se lo propuso a las Damas (AIC). Bastantes se opusieron, entre ellas, la presidenta duquesa de Aiguillon[1]. Si cedieron, a pesar de las grandes sumas de dinero que habían invertido, se debió al prestigio de san Vicente. Y se ofrecieron a los nuevos administradores en lo que pudieran ayudar.
San Vicente y santa Luisa estaban de acuerdo en crear un Hospital General, pero dirigido por el Santo en unión de las Damas de la Caridad. También, parece que lo aprobó cuando el rey asumió la obra[2]. Sin embargo, poco a poco, Vicente de Paúl se fue oponiendo. No aparecen claros los motivos de este rechazo. ¿A que todo se reducía a oficinas donde se primaba la organización eficiente un tanto deshumanizada? ¿O a que veía el rumbo que tomaba el desarrollo del hospital sin tener en cuenta su pensamiento caritativo sobre el servicio a los pobres, y a él le repugnaba aceptar obras en las que no pudiera desarrollar sus métodos? Se daba cuenta de que al gobierno solo le interesaba erradicar la mendicidad, que era molesta, y encerrar a la fuerza a los pobres que rehusaran trabajar o sólo podían mendigar. El número de pobres encerrados sobrepasaba las posibilidades económicas de las Damas y el número posible de misioneros en el servicio religioso. Se añadía que solo se admitía a los pobres que eran de Paris, rechazando a todos los refugiados, que, huyendo de la guerra, habían llegado a la capital[3].
[1] SV. VI, 107; Abelly, o. c. p. 215-217; Coste, El señor Vicente, II, p. 293-303.
[2] SV. VI, 235, 240, 244, 249, 250, 286, 356,
[3]ABELLY, p. 215-217; COSTE, El señor Vicente, II, p.293-303; SV VI, c.2317, 2324, 2325; André DODIN, C. M., Monsieur Vincent raconté par son secrétaire [Robineau], O.E.I.L. Paris 1991, nº 278-280 : ANNALES, 114-115 (1949-1950) 238s.
Benito Martínez., C.M.
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