El cuidado de la naturaleza forma parte de un estilo de vida que supone la capacidad de vivir juntos y en comunión, donde se reconoce que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad con los demás y con el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos.
El papel que desempeña la religión en la percepción que los individuos y las comunidades humanas tienen de la realidad, configurando su forma de ser y estar en el mundo, parece cada vez más ineludible. Por esta razón, e incluso en contra de lo que se podría pensar, las enseñanzas de los líderes religiosos sobre el cuidado de nuestra casa común suelen tener una influencia efectiva en sus comunidades. Un ejemplo paradigmático es la intervención del papa Francisco que, con la publicación de la Encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común, puso la cuestión ecológica en el centro del discurso y la preocupación eclesial.
En dicha Encíclica, la cuestión ecológica se percibe de manera amplia, adoptando un enfoque que tiene en cuenta la complejidad de la realidad. Afirma que «todo está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial» (Laudato Si’, 137); la cuestión ecológica ya no se considera sólo como la preservación del medio ambiente y de los recursos naturales, sino que incluye con igual valor las dimensiones humana y social.
En este contexto, la espiritualidad cristiana puede hacer una contribución significativa, proponiendo «un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo» (Laudato Si’, 222). Esta concepción recomienda prestar especial atención al arte de cuidar, que inserta al individuo en el territorio del personalismo solidario. Dentro de la tradición social-cristiana, defiende los principios sociales de solidaridad, subsidiariedad y bien común; así como sus grandes valores de verdad, justicia, igualdad, libertad y participación. Esta orientación dada por la espiritualidad cristiana acaba condicionando toda la acción social.
Al pensar en la «casa común» desde esta perspectiva, resulta natural percibir la «cuestión ecológica» no sólo asociada al cuidado de la naturaleza —una ecología verde— sino también a una ecología integral. De ahí se desprende la necesidad de velar y respetar toda forma de vida, pero también todos los modelos de vida humana, creando las condiciones económicas y sociales adecuadas para que todos los individuos, independientemente de cualquier otro atributo, puedan tener las condiciones para vivir con dignidad. Por lo tanto, la cuestión social no es ajena a la cuestión ecológica, sino que es parte integrante de ella. De hecho, podemos ver que las mentalidades que dan lugar a prácticas que destruyen la naturaleza también acaban dando lugar a dinámicas que faltan al respeto y agreden a los humanos que viven en ese espacio. La explotación y el desprecio de la naturaleza nunca están separados de la injusticia y la violencia en las relaciones humanas. En concreto, «el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social» (Laudato Si’, 48).
Una vez que hemos visto que existe una cierta interconexión entre la ecología natural y la ecología humana, vemos que un entorno humano malsano y desequilibrado —en el que las relaciones se caracterizan por el autoencerramiento, la asimetría, el sometimiento y la manipulación— contribuye a contaminar la ecología de las relaciones humanas e incluso a distorsionar las relaciones con el entorno. Por el contrario, un entorno libre y abierto —que permita una amplia circulación de sentido, que llame la atención sobre el otro y el diferente, que fomente el entendimiento en lugar del conflicto, el diálogo en lugar del aislamiento y la confrontación— promueve unas relaciones sociales y medioambientales más equilibradas y productivas.
Esta conexión destaca aún más cuando Francisco llama la atención sobre el «gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración» (Laudato si’, 202), donde el tema de la educación ambiental y la ética ecológica se enmarca dentro del concepto más general de «cuidado» y responsabilidad hacia la naturaleza y los seres humanos. El cuidado de la naturaleza forma parte de un estilo de vida que implica una capacidad de vivir juntos y en comunión, donde se reconoce que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad hacia los demás y hacia el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, manifestándose en todas las acciones que buscan construir un mundo mejor. En este contexto, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, la caridad social nos impulsa a pensar en grandes estrategias que frenen eficazmente la degradación del medio ambiente y fomenten una cultura del cuidado que impregne a toda la sociedad (Laudato si’, 231).
Luís F. Rodrigues
Fuente: https://www.padresvicentinos.net/
0 comentarios