Imagen: Página web de la Provincia de las Hijas de la Caridad de Santa Luisa (Estados Unidos).

Las Hijas de la Caridad han sido elegidas para cuidar a los pobres considerados como una prolongación de Dios en la tierra. Elegir encierra una preferencia sobre los no elegidos. Cierto, todos tenemos una vocación y hemos sido elegidos por Dios a una misión determinada. Y la elección es más sublime cuanto más elevada es la misión y mayor es el sacrificio que se le exige cumplir. Y las Hijas de la Caridad han sido elegidas por Dios de manera privilegiada para salvar a unas personas que, por ser pobres, ocupan un lugar preferido en el corazón de Jesucristo crucificado, y los salvan abrazando la pobreza, renunciando al matrimonio y sacrificando la voluntad con un espíritu de humildad, sencillez y caridad. Gracias a esta elección, se crea un vínculo especial entre la Hermana y Dios.

La elección le pide a la Hija de la Caridad que controle la ambición de ser más. El hombre siempre ha tenido la pretensión de ser Dios. Esta aspiración, que aparece ya en Adán y Eva, la realiza María dando a luz a un hombre que es Dios verdadero. Y si no es una locura que Dios quiera hacerse hombre, tampoco lo es que los pobres anhelen salir de la pobreza, pero suena a disparate que unas mujeres voluntariamente renueven cada año la petición de ir a salvar a los pobres y desciendan hasta su pobreza, haciéndose una de ellos. Esas mujeres tienen clavado en el corazón que los pobres son los miembros dolientes de Cristo.

En la renovación le entregan responsablemente la libertad a Dios. Dios siempre ha respetado la libertad humana. Dios pide permiso a María para hacerse hombre en su seno y María se lo dio. El Dios omnipotente y eterno se presenta como un Padre bueno que no impone. Podría haber hecho la encarnación sin contar con el parecer de ella. Podría haber usado el cuerpo de María, haberla fecundado y después habérselo comunicado. Pero ni fue así ni es así el modo de actuar de Dios. Él respeta la libertad humana. Y todo lo que sucede en la sociedad queda sometido a la libertad humana.

La Anunciación podemos reducirla a una escena en la que el Padre le pide su libertad a María

y ésta se la entrega generosamente. María, dando su libertad, asume su responsabilidad ante Dios independientemente de lo que piense su esposo José al que ya le pertenece, porque es a ella a quien se lo pide. Es la responsabilidad que asume cada hombre o mujer de renovarse continuamente por el mero hecho de ser persona libre, capaz de anteponer la voluntad de Dios a tantas preocupaciones como pueden alborotar el corazón humano.

Los Vicentinos quieren llevar una vida espiritual acorde con los nuevos tiempos para cautivar a la juventud. Pero sin atribuir un valor exagerado a los cursillos y a las técnicas humanas, olvidando la ayuda del Espíritu Santo. Ciertamente las técnicas influyen en la eficacia del servicio con el esfuerzo de nuestros brazos y el sudor de nuestra frente, decía san Vicente, pero añadía, que guiados por el Espíritu Santo, se las debía emplear en favor de los pobres.

Ayudar a los pobres es el cimiento de la vida espiritual, pero para vivirla en plenitud hay que añadir el ideal evangélico de perdonar siempre y de pedir perdón, de poner la otra mejilla, amar a quienes ofenden, no murmurar, no dejarse llevar por la ira, no juzgar. Al examinar su vida los vicencianos reconocen que también ellos tienen fallos y que pueden escandalizar a la gente, al ver que no llevan una vida sencilla, que junto con la humildad y la caridad son las virtudes del espíritu vicenciano. Sentirse débil y pecador es reconocer la realidad humana. Las Escrituras están repletas de textos en los que Dios manifiesta su misericordia y da su ayuda a los pecadores. San Vicente, santa Luisa y el beato Ozanam, se consideraban pecadores, pero con la fuerza del Espíritu Santo levantaron obras increíbles en favor de los pobres.

Benito Martínez., C.M.