La bendición de la abundancia conlleva una responsabilidad. Jesús señala esta verdad cuando cuenta la parábola del hombre rico con la cosecha abundante. El don de la abundancia puede propiciar dos caminos. El hombre rico muestra uno: decide derribar sus viejos graneros y construir otros más grandes para guardar su fortuna. Luego, tiene unas instrucciones claras para sí mismo: «En cuanto a ti, que tienes tantos bienes almacenados para muchos años, ¡descansa, come, bebe y alégrate!».
Claramente, su conversación se centra en sí mismo. Ahora bien, no hay nada malo —de hecho, es algo bueno— en que nos vaya bien en la vida. Deberíamos celebrar el hecho de poder permitirnos una casa mejor, ir a restaurantes más agradables, tomar vacaciones más largas y enviar a nuestros hijos a mejores escuelas. La parábola no se opone a que una persona consiga una vida mejor. Sin embargo, este hombre rico sólo habla de lo que beneficia a su propia vida. Ninguna consideración de los demás o de su relación con su Dios entra en sus pensamientos. ¿De qué otra manera podría haber sido esta comunicación interna?
Además, la cuestión no tiene por qué ser sólo sobre la propiedad. También puede tratarse del uso del propio poder, del conocimiento y del tiempo. ¿Cuál puede ser el problema en nuestras vidas, en nuestra comunidad? Cuando observamos nuestros recursos, podemos considerar cómo nuestra familia, nuestra iglesia y nuestra comunidad pueden participar mejor en su aplicación. Cuando tenemos una cantidad más que suficiente de algo, compartir una porción puede ser una verdadera bendición tanto para nosotros como para otras personas.
Jesús llama «necio» al que sólo se preocupa de adquirir para sí mismo, porque «acumula tesoros para sí mismo, pero no es rico en lo que le importa a Dios». En el panorama eterno, esa elección no conduce al Reino. Lo que le importa a Dios no es un secreto para nosotros, como tampoco lo es el modo en que podemos utilizar nuestros dones. Por ejemplo, Mateo señala la dirección numerosas veces en su capítulo 25: «tuve hambre y me dísteis de comer… me disteis de beber…»
Al considerar lo bendecidos que somos, aunque no seamos ricos o poderosos, podemos presentarnos ante nuestro Dios y hacernos preguntas que el rico no consideró:
«¿Qué haré con todas las bendiciones que he recibido? ¿Hasta qué punto debo estar satisfecho con lo que poseo? ¿Cuán cuidadoso debo ser para que el poder, los lugares y las cosas no me separen de mi familia, de mis amigos, de mi Dios?»
Al tratar de almacenar para nosotros lo que tiene significado en la presencia de Dios, podemos esperar que las respuestas a estas preguntas reciban una respuesta reflexiva. Con nuestra generosidad, expresamos nuestro agradecimiento por las muchas y variadas bendiciones que tenemos.
Vicente de Paúl tenía el don de animar a la gente a emplear sus recursos en favor de los que tienen poco. Como seguidores suyos, escuchamos esa misma llamada. Tenemos que construir nuestros graneros más grandes en el reino celestial para poder guardar nuestro verdadero tesoro.
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