«No soy digno»
1 Cor 11, 17-26; Sal 39; Lc 7, 1-10.
A veces rehusamos recibir visitas en nuestra casa, precisamente porque la conocemos y sabemos los servicios que podemos o no ofrecer. Quizá los resortes del sillón estén sueltos o el baño no funcione, quizá no tengamos alimentos suficientes o haya una gotera en el techo; y por eso preferimos no abrir la puerta.
Pero además de nuestra casa existe otro lugar en el que nos rehusamos a recibir visitas: el corazón. Ese lugar que nos avergüenza tanto porque creemos que está averiado por el paso del tiempo, o porque no cabe nada ni nadie estando lleno de prejuicios y cachivaches, o porque no tiene suficiente amor para alimentar a nadie. Entonces preferimos permanecer cerrados, vacíos y sin visitas.
La humanidad jamás será digna de recibir a Dios, nunca estaremos lo suficientemente limpios o preparados, pero con la encarnación Jesús se convirtió en esa visita que, cuando le abres la puerta, se mete hasta la cocina, te lava los baños, brinca en la cama y cena con toda tu familia esperando quedarse para siempre.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Carlos Regino Villalobos E. C.M.
0 comentarios