Jesús da a conocer a Dios que es rico en misericordia. Acoge él a los pecadores y come con ellos. Esto no deja de molestar a no pocos.
Creen quizás los fariseos y los escribas que Jesús los quiere molestar, por ser ellos guardianes de la ley. Pues él se justifica al decirle ellos que no guarda él la ley. Pero por encima de defenderse, él los critica de forma abierta.
Y, claro, que él se muestre cerca de los pecadores y pecadoras, esto no los puede sino molestar. Ya se quejaron antes, y él les dijo que había venido a llamar a los pecadores. Pero no se rinden sin más los que no se sientan con los mentirosos ni comen con los malvados. Y esta vez les aclara el Maestro, por medio de tres parábolas, por qué se porta de ese modo.
Y el por qué es Dios, que es rico en misericordia. Por lo tanto, busca a los pecadores. Y rebosa él de alegría al arrepentirse un pecador, un hijo perdido.
El Padre impulsa, sí, por su Espírtu a Jesús a acoger a los pecadores. Después de todo, solo hace Jesús lo que ve hacer el Padre; enseña no más que lo que aprende del Padre.
Y ve, y sabe Jesús por experiencia, que Dios ama mucho a los hombres. Y es por eso que él, hijo único del Padre, no ha venido para juzgarnos, sino para salvarnos.
Dejarse molestar por la misericordia de Jesús es delatarse no conocedor de Dios.
El Padre, pues, no es el juez severo del que hablan los fariseos y los escribas. Él es, más bien, tierno y compasivo, lento a la ira, rico en piedad, y leal. Y olvidarse de esto es, por lo visto, perder de vista a la vez lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia, la fidelidad. Es ser más estricto que el que sabe que ser humano quiere decir inclinarse a hacer el mal. Pues sabe Dios que los hombres estamos hechos de barro. Con razón escogió David caer en manos de Dios, pues es grande su compasión, que en manos de los hombres.
Jesús, de verdad, nos muestra el verdadero rostro de Dios. Del que se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra los de dura cerviz, y del que más tarde tendrá compasión de Saulo. No cabe duda de que lo propio de este Dios es la compasión (SV.ES XI:253). No, no es un amo duro al que un siervo tiene que agradar, en vez de molestar, para que se ganen méritos.
Y, sí, como a un amo severo sirve a su padre el hijo mayor. Éste representa a los fariseos y a los escribas, confiados, seguros, satisfechos. Pero no confían en Dios, sino en sus obras y méritos, por los que se sienten seguros y satisfechos. Y se enfadan, pues se les festeja a los que, al parecer de ellos, no valen nada.
Pero el Padre perdona aun a sus hijos descarados que lo quieren ver muerto. Y celebra él una reunión, un festín, de familia. Los autocomplacientes, en cambio, lo rechazan todo; no les gusta la comunión. ¿Quieren ellos otro 11 de septiembre o 11 de marzo?
Señor Jesús, concédenos no dejarnos molestar por los amigos de los pecadores. Y haz que aprendamos que ante Dios no hay nadie que sea superior o tenga mérito, que pueda alardear o ser vocinglero (Comentarios al evangelio 1).
11 Septiembre 2022
24º Domingo de T.O. (C)
Éx 32, 7-11. 13-14; 1 Tim 1, 12-17; Lc 15, 1-32
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