El pasado fin de semana fueron días de «mudanza» en la universidad de St. John de Nueva York. Los nuevos estudiantes que van a vivir en el campus llegaron con sus familias y ocuparon sus dormitorios. En este tiempo de transición, muchos de estos jóvenes se preparan para vivir lejos de sus seres queridos por primera vez. Conocen a sus nuevos compañeros de habitación y se pasean por su nuevo hogar. Para los que trabajamos en la universidad, su llegada despierta cierta emoción y afán por comenzar este nuevo viaje con ellos.
Después del fin de semana, el lunes, la Iglesia nos ofreció la conmemoración de san Juan Bautista, patrón de nuestra Universidad. El Evangelio del día narraba la historia de su decapitación. Varios personajes protagonizan el relato. Herodes, el rey, demuestra su debilidad en su miedo, y su fascinación por Juan. Al final, hace un juramento que no ha meditado lo suficiente. Este juramento le costará la vida a Juan. A Herodías, la esposa, le disgusta Juan porque ha criticado su matrimonio con Herodes. Planea vengarse. La hija, Salomé, complace al rey con su danza y arranca una promesa al rey. A instancias de su madre, busca la cabeza del bautista. Tres personajes poco agraciados.
Juan es la figura noble del grupo. Ha criticado el matrimonio de Herodes y Herodías, y no se retractará. Conoce el significado del matrimonio, y el de la pareja real no respeta su valor. Al no estar dispuesto a aprobar este acuerdo, sufre las consecuencias, que comienzan con el encarcelamiento y terminan con la muerte. Sin embargo, paga voluntariamente el precio por el bien de la verdad y la virtud.
Mientras los nuevos estudiantes se reúnen en esta universidad vicenciana, la historia del bautista ofrece una orientación inicial. Juan se mantiene firme en lo que cree. No se echará atrás ni cambiará su forma de pensar solo porque otros no estén de acuerdo. Se niega a hacer las paces con Herodías, aunque eso le salvase la vida. El énfasis en la verdad es demasiado importante para él y por eso pierde la cabeza.
La universidad desea enseñar las lecciones de Juan que ponen la virtud y la verdad en el centro. Numerosas creencias y principios se abrirán paso en los esfuerzos educativos de nuestros jóvenes. ¿Hasta qué punto estarán dispuestos a defender sus valores, a proteger su integridad, a resistir la presión para someterse, a arriesgarse? En la sociedad puede resultar demasiado fácil renunciar a los propios ideales, en aras del compromiso o tomar el camino del medio para evitar el conflicto. Ese no era el camino de Juan. Rezamos para que podamos ayudar a nuestros alumnos a encontrar el mismo camino. Es el que todos nosotros esperamos recorrer, mientras permanecemos fieles a nuestra herencia vicenciana.
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