La fe no es simplemente el sentimiento firme de que Dios existe. La fe es un compromiso con la vocación, con la forma de vida que te comprometes a vivir ante Dios. Y como la salvación de los pobres es primordial para la gloria de Dios y la extensión de su Reino, cumplir la vocación, tener fe significa tratar a los pobres como hermanos y ayudarlos en sus apuros. Si no sirves a los pobres, no eres fiel ni a tu vocación ni a tu fe.
Fidelidad a su vocación y a su fe para una Hija de la Caridad es cumplir en todo momento los compromisos que hizo cuando entró en el Seminario, aunque cambien las circunstancias. Y hace juramento bajo voto de servir a los pobres entregándoles la persona y los bienes y, para mejor desempeñarlo, hace voto de ser célibe y no casarse nunca. Y como su vocación la exige trabajar en equipo promete bajo voto obedecer y servir a los pobres en humildad, sencillez y caridad dentro de un equipo-comunidad. Y todo esto lo renueva cada año por la fuerza del amor que siente a Dios y a los pobres.
La fidelidad es un valor difícil de encontrar en nuestra sociedad. Lo vemos diariamente en aquella persona que al saber que puede obtener algo mejor en otro trabajo abandona el anterior sin más, la necesiten o no. La Hija de la Caridad se consagra a Dios para servirle en los pobres, viviendo en una comunidad con otras Hermanas. Y, al renovar los votos, renueva también el compromiso de compartir con ellas su vida de amiga. En la renovación promete ser leal a las compañeras en las dificultades, cuando hay heridas, en los choques y en la bonanza de convivir alegres en la vida comunitaria, pase lo que pase, contra viento y marea. Si renovar los votos es para servir a Dios en los pobres lo es también para servirle junto con sus Hermanas.
En la renovación una Hermana no puede prometer que no se va a desilusionar ella, la compañera y los pobres, que nunca echará a perder la amistad, que las personalidades no chocarán ni nunca se ofenderán. Pero sí pueden prometer que estarán siempre al lado de sus compañeras. Y es suficiente, porque si sobreviene la desilusión y la ofensa, las heridas se pueden curar con el amor.
Hay muchas Hijas de la Caridad que, al celebrar el 50 aniversario de vocación, vuelven la vista atrás y ya no sienten las incontables heridas y los momentos amargos, que formaban parte de la vocación. Esos episodios han quedado purificados y limpios gracias a la lealtad, es decir, a la confianza, al amor y a la tolerancia, que les ha dado la consagración a Dios para servirle en los pobres. El simple hecho de tener que tratarse durante años, les ha llevado a un entendimiento mutuo por encima de las diferencias de los caracteres.
Para que la renovación sea un acto de fidelidad a Dios, al que se consagra la Hija de la Caridad, a los pobres por los que se consagra y a la comunidad donde vive su consagración, se requiere que la Hermana sea persona suficientemente fuerte para mantener la lealtad, de lo contrario, se olvida de Dios, los pobres pasan a segundo lugar y se pierde la confianza de unas con otras, por miedo a que salgan a la calle los asuntos de las Hermanas de comunidad.
Si renuevas los votos, renuevas también la lealtad a tus Hermanas, dispuesta a defender a la comunidad y a los pobres en todo momento y en las circunstancias más diversas y a brindarles un apoyo incondicional. Es lo que esperas de tus Hermanas y ellas esperan de ti en la renovación continua que haces de tu vida. De este modo, la renovación es una llave que abre la puerta que lleva a Dios, a los pobres y a la convivencia mostrándonos que podemos confiar en esa Hermana y hacerle ver que estamos ahí para cuando nos necesite. Renovar es buscar la felicidad en el día a día de la vida comunitaria.
Benito Martínez., C.M.
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