“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”
2 Cor 9, 6-10; Sal 111; Jn 12, 24-26.
Nuevamente, haciendo uso de los elementos del campo, del trabajo y de la lucha diaria por la vida, nuestro Señor nos llama a enraizar nuestras más hondas aspiraciones en la donación de nosotros mismos, para producir muchos frutos.
Vamos de paso por esta vida, aunque nos aferramos con insistencia, creyendo que guardándonos de todo lo que desgasta nos bastará para preservarnos en este mundo. Pero la realidad es que nos iremos, igual que los que nos precedieron. Si esto es así, habría que resolver qué vamos a dejar a los que nos acompañan en esta aventura y a los que vengan después de nosotros.
¿Nos recordarán por nuestra generosidad, por nuestra compasión, por nuestro cuidado a la vida, a la naturaleza? ¿O en su lugar nos reprocharán haber sido indiferentes ante sus necesidades y el haberles heredado problemas, malestares, deterioro?
¿A qué necesitamos morir en nuestro estilo de vida y de consumo, a menudo tan indolente, para ser generadores de vida, constructores de un mundo mejor?
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Hilario Sarabia Granados, diácono permanente
La semilla se esconde bajo la tierra y desde ese silencio y oscuridad rompe a la vida nueva que se abre a la esperanza . La vida seguirá siendo posible para la casa común y quienes la habitamos si hacemos opciones claras por renunciar al consumismo inútil, al extractivismo de los recursos de la madre tierra y a las divisiones entre nosotros mismos por seguir nuestro ego de protagonismo y acumulación de bienes efímeros.