“¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?”

Nah 2, 1-3; 3, 1-7; Deut 32; Mt 16, 24-28.

Hay en el centro de esta sentencia del Evangelio un punto de quiebre que vuelve irreconciliables las dos realidades: ganar el mundo o perder la vida. Pero nuestro impulso apunta casi siempre en la primera dirección: ganar a toda costa, a cualquier precio, y no ve ningún inconveniente en ello.

Salvar la vida, en las palabras de Jesús, implica donarla, ofrecerla por una causa más grande que nuestros deseos y necesidades del momento.

Lograrlo requiere de nosotros una conciencia despierta, una capacidad de mirar más allá, un poder mirarnos como comunidad. Quien escribe este comentario, ha encontrado personas del campo que no han talado los árboles de su parcela y así poder sembrar una extensión más grande, pensando en el daño que harán a la tierra, al agua, al aire. ¿Cómo los vamos a dejar sin árboles? –dicen–, ¿qué aire van a respirar nuestros hijos? Limitan sus deseos de poseer más, porque saben que la tierra merece respeto, igual que las generaciones venideras.

El evangelio de Jesús es, ante todo, un manual para aprender a donar la vida, como Jesús. Cada uno está llamado a discernir en dónde y de qué modo deberá hacerlo.

Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Hilario Sarabia Granados, diácono permanente