“Yo te amo con amor eterno”
Jer 31, 1-7; Jer 31; Mt 15, 21-28.
Dios le dice a Jeremías: “Yo seré el Dios de todas las tribus de Israel”; sin embargo Jesús nos confirma cuán grande es el amor de Dios que no se limita a un pueblo sino que se abre a todos.
El que nos conoce porque nos creó y nos acompaña, sabe lo que necesitamos, pero le gusta que tú y yo seamos los que abramos nuestro corazón para pedir generosamente no sólo por nosotros mismos, sino por aquellos a los que nuestro corazón más ama.
La mujer cananea se vuelve un modelo para nosotros: ha escuchado lo que Jesús hace, cree que él puede lograr que su hija, a quien ama, no siga sufriendo. Se acerca y suplica; ante el silencio de Jesús insiste y ante su comentario se arrodilla y dándole la razón, acepta que no es ni merece nada, pero le pide una migaja de amor. Jesús nunca puede ver un corazón sufriendo sin compadecerse. Es así como ella logra el milagro para su hija… a través de su fe, su humildad, su adoración.
¿Mi oración es confiada, humilde, generosa, persistente? Pidamos a María, madre de Dios, que nos enseñe a ser humildes y a poner nuestra vida y necesidades en las manos de quien nos ama con amor eterno.
Fuente: «Evangelio y Vida», comentarios a los evangelios. México.
Autor: Hilario Sarabia Granados, diácono permanente
La mujer extranjera es muy significativa en la misión de Jesús, le ayudó a expandir el panorama más allá de su territorio y cultura. La fe en el Dios de Jesús no es propiedad exclusiva de nadie, es un don que si se acoge y dinamiza obra milagros, la transformación en personas de mente y puertas abiertas a lo diverso.